Por Antonio Carmona Márquez
Hace meses que no llueve y, aún así, por el río corre un buen caudal. Pero sabemos que se trata de agua prestada, artificial, agua deletreada con puño y letra antrópica, agua maquillada donde lavar nuestras culpas, donde enmascarar nuestro instinto depredador.
Tanto el valle como el río hacen lo que pueden para resistir los embates de nuestro “estilo de vida”. La tierra filtra nuestros anhelos. El río nace bajo las raíces de nuestra ansiedad y por él corren las prisas, las obsolescencias programadas, nuestra hiperproducción, nuestra manipulación, control y acumulación (para unos pocos, claro), nuestro crecimiento hacia “un mejor nivel de vida” que ya ha desdibujado el paisaje.
Nos convendría recordar que este río ha dejado a un lado castillejos desmoronados que se pensaban dueños del lugar, ha sido testigo del colapso de molinos fluviales, de hornos y caleras. Consuela ser consciente de que esta batalla la tenemos perdida de antemano. Ocurrirá más tarde o más temprano. La Naturaleza no tiene prisa.