Por Antonio Carmona Márquez
No hay nada como una romántica puesta de sol. Aunque quizá un buen cielo nocturno cuajado de estrellas no le va a la zaga. Son esos fenómenos cósmicos rutinarios, de andar por casa, que ahora parecen haber sido descubiertos por una gran multitud, que no pierde ocasión para inmortalizar la escena: la puesta en escena de la puesta de sol junto a su esbelta silueta como prueba inequívoca de que estuvo allí, presenciando junto a otros tantos cientos de turistas este peculiar acontecimiento. Son preferibles dichas puestas de sol cuando acontecen en un paisaje abarcable desde un mirador al que se accede en coche. Así te evitas la contrariedad de una larga caminata por un puñetero camino pedregoso y polvoriento.
Sinceramente, creo que ha llegado el momento de cobrar una entrada para ver tan bello espectáculo. Con el dinero recaudado se puede, por ejemplo, subvencionar la recogida de toda la basura que estos nuevos peregrinos siderales van dejando por el camino, colocar papeleras, asfaltar el recorrido, vallar la zona (para su protección), instalar una puerta de control para cobrar la entrada, etc. En una palabra: “civilizar”. Bueno, en dos palabras: “civilizar y rentabilizar”.
A mí, sin embargo, me tendrán que perdonar si no me persono en ninguna de estas excursiones. Pertenezco a ese tipo de bicho raro que disfruta de un cielo estrellado sin que nadie le ponga nombres a las constelaciones o, en todo caso, los aprendo por mí mismo, que es lo que la gente hace cuando algo realmente le interesa. En cuanto a las puestas de sol, os aseguro que es preferible contemplarlas en soledad. No importa el lugar, sea desde donde sea. También puedes contemplarlas en compañía de alguien con quien disfrutes y puedas compartir un buen rato de silencio. En este último caso quizá la puesta de sol sea lo de menos.