La capital de provincia se refleja a sí misma sobre sus cristales, esquinando pasados apenas gloriosos de brisa suave. La irregularidad de sus calles te traslada de plaza a plaza, de parque a parque, en una mañana de verano aún soportable. De iglesia a iglesia, siempre por la acera de la penumbra. Sobre todo, señoras temerosas que no se fían del devenir de esta vida tan convulsa. Quizás por eso, no paran de bisbisear su perpetua letanía.