Por Antonio Carmona Márquez
Si bien es cierto que este vuestro fiel servidor jamás nació en el sentido biológico de la palabra, dada mi peculiaridad de personaje literario, no menos cierto es que tampoco he muerto y, puesto que el autor que me parió parece haber caído en gracia (no en vano se dice aquello de “más vale caer en gracia que ser gracioso”), ya barrunto que mi esperanza de vida ha de codearse con la inmortalidad a no ser que, dicho sea sin tintes agoreros, este mundo se malogre, lo cual tampoco sería sorprendente en una sociedad que sin lugar a dudas ha olvidado que no es oro todo lo que reluce, que la avaricia rompe el saco y que no hay atajo sin trabajo. Pero, en fin, no nos dejemos llevar por el desánimo, pues seguro que vuesas mercedes son conscientes de que donde una puerta se cierra, otra se abre y nunca es tarde si la dicha es buena.
No hará falta mencionar que no he abandonado, nunca abandonaré, a mi inseparable amigo don Alonso Quijano, quien en la actualidad ejerce de pastor sin hato, apenas dialoga y ni siquiera se le ilumina la faz cuando escucha de mi boca mentar el nombre de Dulcinea. Seguimos vagando por Sierra Morena e innumerables comarcas de La Mancha de cuyos nombres ya casi nadie parece quererse acordar. Hay molinos que ahora sí son auténticos gigantes y, además, un desagravio a la inocencia de nuestro paisaje, los tomates no saben a nada y el plástico lo envuelve todo. Estos parajes están tan desocupados que raramente nos topamos con un lance digno de ser contado. La gente, supongo, se estará agolpando en los conciertos, en el fútbol, en las playas o en los sanfermines. ¡Está bien! tampoco les echamos tanto de menos.
Por aquí, insisto, no hay ni un alma, ni voces, ni ecos. Qué lástima que esta inmensa intemperie se halle hoy en día obstaculizada por tantas vallas. Ni siquiera contamos con el apoyo de un “Mangas Verdes” para desfacer tamaño entuerto y permitir así que nuestro libre albedrío nos guíe por caminos y cañadas, como hacíamos antaño. “Tal afrenta ha de tener una explicación”, reflexiona en voz alta Alonso. Mi mirada exige, no obstante, el desarrollo de su argumento. “Piensa mal y acertarás o, mejor aún: piensa mal y te quedarás corto”, añade Quijano, adaptando el antiguo refrán a los nuevos tiempos. Este otrora Ingenioso Hidalgo, hoy pastor sin rebaño y filósofo campero, suele concluir la jornada mirando a las estrellas mientras susurra su último consuelo: “cada uno es artífice de su propia ventura.”