Sesenta

Hay quien con sesenta se siente senil, se siente tan cansado que abandona incluso la idea de huir. Unos días cree tener vendido todo el pescado, otros días le parece que aún le queda mucho, demasiado, casi todo por hacer y construir. 

Hoy, con sesenta, a veces también yo me siento cansado, sobre todo de mí mismo, pero al cabo de tantos años acaba uno por cogerse cierto cariño. Me quedo, si acaso, algo arrepentido de haber pecado tan poco y de tener escaso tiempo para perder el tiempo. ¡Busquemos un remedio! Necesitamos mucho más tiempo para darnos el capricho de perderlo. 

He aprendido a arrinconar mis miedos y tristezas, a precisar mis defectos sin sofocarme en exceso. He repasado todas las fases de la Luna desde la Llena a la Convaleciente, y a trenzar el vaivén de las mareas. Me he percatado de que, cumplas los años que cumplas, siempre hay un ocurrente (yo mismo, a veces) que apunta: “¡Quién los pillara!”

Pero, mira que busco y rebusco y no encuentro. Jamás hallaré las llaves, ni siquiera en el fondo de aquel mar irisado. Sin embargo, qué convencidos estamos de la fuerza que nos otorgará el “luego”. Coexistir con la siguiente secuencia de esta tragicomedia. ¿Y luego? ¿Luego, qué pasará? Porque, como decía un viejo amigo, “es muy largo el camino para mirar atrás”.