Por Antonio Carmona Márquez
Un futbolín abandonado podría escorar tus sentimientos hacia una tristeza que reconforta, hacia vidas pasadas que ahora se van acostumbrando al rigor de la intemperie.
Aquellos tiempos, cuando había espacio de sobra para un ilimitado torrente de sueños, cuando no quedaba ni un diminuto resquicio para la resignación. Junto a un futbolín como éste, aprendimos a fumar con gesto de perdonavidas, entre otras muchas cosas aún peores que ya carecen de importancia desde esta perspectiva.
Un futbolín yace hoy junto a ropa tendida y labores de esparto que atesoran sequías. Este diminuto todo provoca una desazón con más ternura que pena, como una misteriosa sombra de la alegría.
¡Hasta aquí hemos llegado! Los recuerdos que se precian suelen estar abanderados por un imperceptible soplo con sabor a ropa tendida.