Por Lourdes Carrascosa Bargados
Hoy llueve, suave, pero con ganas en este Febrero con fama de loco, mes que, por diversas razones me lleva a recordar a mi madre. La realidad es que no es necesario un determinado mes, o fecha, porque tengo en el día a día siempre razones para añorar su presencia y saber que fuera lo que fuera lo que me pasará siempre estaba ahí, como un puerto seguro para sentir que, con su mera presencia, ella me daba fuerza y calor para seguir.
Es curioso que los hijos no valoramos a las madres y a los padres cuando los tenemos, pero nos damos cuenta de su importancia en nuestras vidas cuando ya no están y los añoramos. Leía el otro día un artículo sobre la utilización que hacen ahora los hijos de sus padres. Decía que se cuenta con ellos para ayudarles a cubrir sus necesidades ya sea de cuidado de los nietos, comidas, compras, salidas, pero los padres y madres de ahora sienten que sus hijos no están pendientes de sus necesidades ni de afecto, ni compañía, ni atención, ya que los hijos todo lo ponen en manos de la frase “no tenemos tiempo”, que como en todas las épocas quiere decir más bien, no nos interesa, salvo para aquello que a nosotros nos resulte necesario.
Vamos, en resumen, ahora las relaciones entre hijos y padres se van haciendo cada vez más utilitarias, perdiendo fuerza los sentimientos y el concepto de dedicarles la atención que ellos nos han dado.
Volvamos a Febrero, tiempo de florecer almendros y mimosas. El once es la festividad de la Virgen de Lourdes, santo que compartía con mi madre y que en mi casa se ha celebrado siempre más que un cumpleaños. Ella juntaba a la entonces más numerosa familia a comer y nos acompañaban mi tía, mi tía abuela y su amiga Luisita con su hermana. Días llenos de bonitos momentos que ya no se han vuelto a repetir. Ahora la fecha pasa sin pena ni gloria.
A finales de mes llega el carnaval, algo muy presente en la Galicia natal de mi madre. Por estas fechas recibíamos de aquellas tierras un paquete que alguien de la familia preparaba para no olvidar las buenas costumbres: patatas, grelos, lacón, unto y buenos chorizos gallegos. Es tradición en la tierra de mi madre hacer por carnaval lacón con grelos y caldo gallego y aunque estuviéramos en Madrid o luego, años más tarde en Puertollano, no faltaba a la costumbre, algo que yo aún mantengo como pequeño homenaje de recuerdo a ella.
Saboreando tan ricas comidas, venían las anécdotas: La fiesta en su Monterroso del alma, con sus bailes de máscaras y las viejas costumbres ancestrales. Allí los llaman Entroido y en su pueblo son muy representativos los Fulicheiros, personas que organizan su disfraz con vestimentas de antaño, hechas con ropa vieja que ya ha dejado de ser útil para las tareas cotidianas. Como en todos los sitios salen desfiles por la calle y también en su Auditorio parodias donde interpretan papeles de lo que no son en la vida real, algo diferente a las comparsas y chirigotas que vemos por esta zona.
Tiempos de carnaval tan diferentes en las distintas zonas de España, pero en este momento vienen a mi memoria las increíbles fotografías de la genial puertollanera Cristina García Rodero en su obra Transtempo, donde capta los carnavales más auténticos de ese universo mágico llamado Galicia que algunos conocemos y amamos.
Volvemos a Puertollano y si menciono la palabra carnaval, no puedo dejar de pensar en una familia Ocaña – Mozos. Mis queridos Julián e Isi, saben los momentos de risas y complicidad que hemos vivido. Julián ha sido, y es, un amante del carnaval, dispuesto a disfrazarse a cualquier hora del día o la noche e ir animando las calles, aunque no hubiera nadie. El carnaval era él y su alegría. Me he disfrazado con Julián en varias ocasiones, a veces para acudir a alguna celebración en la Asociación de Amas de Casa, y muchas otras para salir por la calle a divertirnos sanamente. Hemos pasado unos ratos estupendos vestidos de abuelos, viudas, reporteros de la televisión, y recorriendo la ciudad, metiéndonos sanamente con la gente, sin que supieran quienes éramos.
Pero la edad no perdona y Julián ahora no se disfraza, aunque sigue sintiendo en su corazón el pellizco de la máscara. Puertollano necesita muchas personas como Julián Ocaña e Isi Mozos, si queremos que no se acaben la fiesta y las tradiciones.
Matamos las cosas cuando las queremos organizar, controlar, dirigir, cuando se mercantiliza la celebración y todo consiste en participar para ganar premios.
Carnaval es disfrazarse para no ser conocido, para tener libertad de decir lo que sientes o piensas, para poder reírte de lo cotidiano, para escapar de las angustias vitales que todos llevamos dentro y soltar por unos días la risa, para sencillamente disfrutar, que ya tenemos todo el resto del año para otros menesteres.