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Son las 20:58 del Miércoles, 9 de Julio del 2025.
La Cabina

 

Por Lourdes Carrascosa Bargados

 

Hay objetos que han formado parte de nuestras vidas a lo largo de los años a los que no hemos dado importancia. Seguro que muchos recordareis aquellas angustiosas escenas con el gran actor José Luís López Vázquez, (guion de Jose Luis Garcí y Antonio Mercero con la dirección de este último), encerrado en una cabina telefónica de los años setenta, una caja de cristal, con puertas, en cuyo interior se encontraba el teléfono público.  Fuera de ese singular homenaje por el buen hacer de actores y directores con los correspondientes premios que recibieron, poco se ha contado de ese elemento de comunicación sustituido de manera absoluta con la entrada en nuestras vidas del teléfono móvil.

En el Madrid de mi infancia el primer recuerdo de un teléfono público es uno negro de pared, con una ranura, que funcionaba con fichas, redondas y con una especie de corte central. Estaba instalado en bares, cafeterías, estaciones de tren y hoteles. Se compraban las fichas y se utilizaba el teléfono con ellas. Después lo sustituyó otro modelo similar, pero gris y en este caso ya funcionaba con monedas. De ahí pasamos a la entonces moderna cabina de cristal, las primeras con unas puertas que se doblaban, en ocasiones difíciles de abrir y posteriormente con puertas de tirar. Las cabinas telefónicas permitieron una mayor intimidad en las conversaciones y la facilidad de uso, al encontrarse repartidas por muchos puntos de las ciudades y pueblos.

Años más tarde se dejan solo en postes con teléfonos al aire, cierta protección para los usuarios en caso de lluvia, un pequeño toldillo metálico en unas y en otras como una pecera de plástico o metacrilato. A su vez fueron cambiando los modelos de teléfono que funcionaban con monedas y luego con tarjetas hasta su total desaparición.

En Puertollano había cabinas en diferentes lugares del Paseo de San Gregorio y en muchas esquinas y plazas, formando parte del mobiliario urbano.

Recuerdo especialmente la cabina con doble teléfono que se encontraba situada en la Calle Juan Bravo antes de llegar a la Avenida Primero de Mayo. Fui testigo de cómo la arrancaban del suelo y la hacían desaparecer hecha añicos en un camión con otras que habían corrido su misma suerte. Me dolió, pero los nuevos teléfonos le restaron importancia y ya no rendía lo suficiente a su compañía, por eso la desarraigaron de su lugar en la calle y quién sabe en que se habrá convertido.

Se que a ella le gustaba su ubicación. Veía pasar a mucha gente cada día. En las madrugadas a los trabajadores y trabajadoras que acudían a sus turnos laborales, sus limpiezas en portales, o a poner en marcha sus negocios. Las primeras horas de los fines de semana veía llegar a jóvenes y no tan jóvenes que retornaban de las diversiones nocturnas. A estos les temía bastante, a unos porque no tenían reparo en imitar que llamaban para aprovechar y evacuar el líquido que habían consumido por la noche o apoyarse y dejar en sus alrededores el vómito de la fiesta, convirtiendo su entorno en un lugar sucio y maloliente. Los otros, envalentonados por la noche, la golpeaban intentando y a veces logrando arrancarle el teléfono rompiéndolo, en un juego absurdo de violencia.

Los viernes eran sus días preferidos, cuando la calle se llenaba de mujeres con carritos, aunque algún hombre ya empezaba a verse con el suyo, camino de nuestro Mercado Municipal u otro establecimiento comercial.

En los meses de bonanza en las temperaturas, observaba como la gente se sentaba a desayunar o merendar café o chocolate con churros en un establecimiento muy cercano a ella, escuchando sus conversaciones y risas.e hacía gracia el comportamiento de los que llegaban mirando a uno u otro lado a los que enseguida identificaba como personas que iban a sacar dinero en alguno de los cajeros de los bancos cercanos.

Los niños y los mayores siempre le emocionaban. En ocasiones iban juntos y los niños preguntaban que era eso. Los abuelos les aupaban, les ponían el auricular e incluso algunos llamaban a alguien para que el niño viviera la experiencia. Muchos mayores se sentaban en los bancos cercanos a tomar el sol.

Disfrutaba también con los grupos de mujeres parándose a mirar zapaterías y escaparates de tiendas de ropa de la zona.

Nunca se dio importancia, ni valoró su función, ni siquiera aquella noche en la que fueron a llamar a urgencias y gracias a su cercanía al domicilio del enfermo, salvo la vida de esa persona. Tampoco lo fundamental que era para hijos y padres que estando lejos unos de otros, tenían en ella ese cordón umbilical que les permitía seguir sabiendo unos de otros y decirse lo mucho que se querían pese a la distancia. Fue cómplice de los novios que con su ayuda podían comunicar con sus parejas, sin oídos controladores y curiosos. Con su ayuda se han vivido muchas historias de amor, colaborando también en amores prohibidos, poniendo en contacto a enamorados que no podían vivir sus relaciones en libertad. Ayudó a muchos para poder acudir a una entrevista de trabajo o a encontrar una vivienda.

Es triste que, con el paso del tiempo y la modernización, nadie se haya acordado de ella y de todas esas cabinas telefónicas que han guardado en su corazón muchas historias de vida.