Por Lourdes Carrascosa Bargados
Madrid es mi cuna, la sangre de mis venas, la base de mi manera de ser y vivir. La ciudad de mi infancia tiene poco que ver con la que es hoy. En mis recuerdos está esa villa entre castiza y pueblerina, llena de vida y alegría, pese a las dificultades de la época y las apreturas económicas en muchas familias.
El Madrid de las porterías, las castañeras, los organillos en las esquinas, los taxis negros, las modistillas, esos primeros escaparates con luces brillantes en la Gran Vía, Galerías Preciados o el Corte Inglés, donde pegábamos los niños las caras, abiertas las bocas ante tanto colorido sorprendidos por la novedad. Los largos paseos por el Retiro, Rosales, el Parque del Oeste, solo dedicados a mirar lo que nos rodeaba, ha dejarnos sorprender por los animales en la Casa de Fieras, los patos, los pájaros. Esos domingos que nos llevaban nuestros padres en autocar a la Casa de Campo o al Pardo, con la tortilla y los pimientos fritos, dispuestos a pasar el día. Ese Madrid chulapo y verbenero de las Vistillas, la Paloma, San Isidro o el Rastro.
El literario, con la Cuesta de Moyano o las librerías en la Calle Libreros, donde los estudiantes íbamos a comprar los libros de viejo. Con sus cafés como el Gijón, el Universal, de los muchos que a lo largo de la historia fueron el lugar de reunión y tertulia de escritores, poetas y pensadores.
Pasear por la Plaza de Oriente y las inmediaciones del Palacio Real, contemplando el entorno que resulta hermoso y monumental.
El Madrid de sus mercados, algarabía, jaleo, vida humilde, con sus churros, sus cafés, la copa de anís o coñac para luchar contra el frio y a seguir con la tarea de sacarse unos duros para tirar adelante con la familia.
Había también un Madrid de ricos, de lujos y gente bien a los que íbamos a mirar como el Hotel Ritz, el Palace, Jockey, Chicote o la zona de Serrano, con sus señoras y caballeros elegantes que parecían sacados de una revista de moda y a los que contemplábamos como si fueran de otro planeta.
Tantos Madrid en uno solo y todos dentro de mis recuerdos.
Coruña, Cádiz y Puertollano
Otra parte de mi infancia y de mi vida adulta se asocia a Coruña, olor a mar, lluvia suave, los brazos de mi madre, la familia, juegos de primos, playas de Riazor, del Orzán lugar de mis baños infantiles; su calle Real, perderme por la Ciudad Vieja, donde se para el tiempo, con la sensación de doblar una esquina e ir a cruzarme con Dña. Emilia Pardo Bazán; las galerías de cristal de La Marína, buen indicador del tiempo de la ciudad; su impresionante Torre de Hércules, la Plaza de María Pita con, para mí, el Ayuntamiento más bonito de España, sentir el pulso de esas calles y plazas en esa población que presume de que en sus calles nadie es forastero.
Cádiz, el rincón que desde hace muchos años elijo para descansar, para recargar las pilas, sentir el viento en la cara que se lleva mis malos pensamientos, disfrutar de andar por sus playas sin fin y mojarme en su mar, dejando mis ojos emocionarse contemplando sus atardeceres, esa Tacita de Plata a la que los nuevos tiempos no están tratando bien, aunque su gente no pierde la alegría y ese punto de picardía que es característico de esta tierra y que pienso es el ingrediente que les hace resistir.
Puertollano, la ciudad en la que decidí vivir, aunque mucha gente no lo entiende y se extraña diciendo que no es una maravilla, que no tiene nada, según sus criterios, que yo no comparto. Me siento segura en sus calles, a gusto en sus rincones y le tengo cariño porque se debe ser agradecido al rincón que nos hacer ser y yo, sin serlo, me siento de Puertollano y tremendamente orgullosa. Siempre la defiendo a muerte de sus detractores. Si hubiera más defensores y amantes de lo bueno de nuestra ciudad, no se hubieran permitido muchas cosas que le han quitado gran parte de su importancia y encanto, aunque todavía tiene aspectos maravillosos para valorar como que puedes recorrerla caminando tranquilamente, saludando a la gente, sabiendo lo que te vas a encontrar, pero tiene, sobre todo sus gentes acogedoras, que te hacen sentir como en tu casa, vengas de donde vengas.
Poner en valor la ciudad en la que vives, la que te acompaña cada día en tu quehacer diario, descubrir sus fortalezas, que las tiene y no solo criticar sus defectos es una tarea pendiente para nuestra ciudad con mucho por ofrecer.
Me gusta Puertollano porque se dónde estoy, los lugares a los que puedo acudir, conozco a sus gentes, y confío en lo que se puede convertir si deja de llorar por su pasado y se pone a trabajar por su futuro.
Cada una de estas ciudades me ha marcado, llenándome de experiencias y sensaciones para ser lo que soy y sentir lo que siento. A cada una de ellas le agradezco lo que me aporta y de todas guardo un trocito en mi corazón.