Por Lourdes Carrascosa Bargados
Verano 2024. Un grupo de viajeros españoles cruzamos el jueves doce de Septiembre la frontera entre Croacia y Bosnia – Herzegovina en dirección a Mostar.
Debido a problemas con un documento de identidad de un viajero, nos retienen en la frontera casi dos horas.
Los paisajes siguen siendo hermosos, aunque las áreas de servicio por las que cruzamos en la carretera ya no tienen la limpieza de Croacia, donde todo está impecable.
Llegamos a Mostar sobre la hora de la comida, debido al retraso y después del almuerzo comenzamos la visita a la ciudad con una guía local.
Partimos de la Iglesia de los Franciscanos, caminando por su calle principal hacia la zona antigua de la ciudad. No es cómodo andar por sus calles empedradas y estrechas, con piedras que son una tortura para los pies de los viajeros, pero sientes como un regreso al pasado.
La calle Kujundziluk de la zona vieja está llena de coloristas tenderetes, dispuestos a vender a los visitantes todo lo que se nos antoje comprar: pañuelos, espejos, teteras, cerámica, dulces, helados. Los vendedores, en su mayoría mujeres, llaman nuestra atención como es característico de los bazares árabes.
Siguiendo las indicaciones de nuestra guía y atentos a sus explicaciones, visitamos una de las mezquitas, contemplamos sus casas típicas, con sus particulares techos de piedras, preparadas para mantener las temperaturas a raya, en invierno o en verano y nos dirigimos por la calle Onescukova al famoso Puente Viejo.
Mostar está dividida por el rio Neretva y su monumento emblemático es el Puente Viejo (Stari Most) por el que recibe el nombre la ciudad, así como por los guardianes que cobraban el pasaje, llamados Mostari.
El puente fue construido en 1566 por orden del gobernante otomano Sulimán el Magnifico.
Durante la guerra de Bosnia (1992 - 1995) el puente fue destruido por completo, cayendo gran parte de sus piedras al rio, que se iba tiñendo de un color rojo, por lo que se decía que “la guerra hacía sangrar incluso al puente”.
Pasado el conflicto bélico, la Unesco consideró el Puente Viejo, no solo un símbolo de la ciudad, sino de la paz y unión entre Oriente y Occidente, entre cristianos y musulmanes, que habían vivido siempre cada uno con su religión y sus costumbres, por ello se consideró prioritaria su reconstrucción.
En el proceso de recuperación de las piedras caídas al rio, al realizar los estudios sobre los materiales utilizados, se descubrió que ese teñido de rojo en las aguas del rio, tenía que ver con la argamasa que se utilizó al sellar el suelo original con un mortero rosa que contenía bauxita y alumina, por ello el color rojo al mezclarse con el agua.
Hoy el Puente Viejo de Mostar es el símbolo de la ciudad y el punto de encuentro entre los dos barrios más antiguos.
Después de todo el recorrido, finalizamos la visita en una casa turca, donde nos invitaron a sentarnos en el salón principal, que es el utilizado por los hombres y nos contaron algunas costumbres como la preparación del café, la manera antigua de establecer los matrimonios, etc.
Al finalizar la visita y agradecer a la guía su trabajo, le preguntamos como sabía hablar tan bien el castellano.
Nuestra joven guía, de unos treinta años, se emociona y deja caer unas lágrimas mientras nos dice que todo se lo debe a nosotros, a los españoles, y que nunca será bastante el agradecimiento a nuestro país.
Nos cuenta que ella tenía ocho años cuando se inició la guerra. La llamada guerra de los Balcánes tuvo una situación especialmente dramática en Mostar, ya que fue como tener una guerra civil entre bosnios y croatas, dentro de la guerra general. Como ellos dicen, una guerra dentro de otra.
Nos cuenta que la población civil, de ambos lados, tenían que luchar cada mañana por su vida, no solo contra los bombardeos, los francotiradores de uno u otro lado, sino también por lo imprescindible para la supervivencia como era lo básico: agua, leña, comida. Y esto había que hacerlo arriesgándose a ser tiroteados.
Con gran emoción nos dice que su familia, con varios hermanos menores, tenían que pensar cada día en sobrevivir y se le grabó a fuego la frase de su madre de “Vivir de Día en Día”, para no dejarse arrastrar por el horror.
Pero todo cambió con la llegada de los Cascos Azules españoles, que les devolvieron la esperanza.
Además de su tarea de intermediarios en el conflicto armado, repartían raciones de comida, agua, leña, hicieron tareas de acogimiento en familias españolas de niños durante el conflicto (como nuestra guía, que vivió con una familia de Alicante, a la que considera su segunda familia y con la que además aprendió español), establecieron puentes provisionales para poder cruzar el rio e intermediaban estableciendo encuentros entre personas de los distintos barrios y culturas, pero de las mismas familias, para potenciar el acercamiento y el diálogo.
En Mostar estuvieron las agrupaciones tácticas de Málaga, Canarias y Madrid, participando en esta misión que se prolongó quince años, primero bajo el mando de la OTAN y luego de la Unión Europea.
Durante la guerra de Bosnia veintidós militares españoles perecieron ejerciendo su papel mediador.
La Plaza más grande de la ciudad de Mostar fue inaugurada en 2021 por el Rey Juan Carlos I y lleva el nombre de ESPAÑA. En ella ondea nuestra bandera y es un monumento de agradecimiento a la labor de nuestro ejército y a los soldados españoles caídos y a su interprete. Pero lo más importante es que esa decisión de ponerle el nombre de nuestro país, fue tomada por croatas, serbios y bosnios, ya que todos reconocieron la labor humanitaria de los cascos azules españoles, muy por encima de lo normal en estos casos.
Y nosotros, extranjeros fuera de nuestra patria, escuchando de esa voz joven y emocionada las hazañas de nuestros soldados, nos emocionamos con ella y nos sentimos orgullosos de los nuestros y de ser españoles.