Por Lourdes Carrascosa Bargados
Diciembre, último mes del calendario de cada año, mes de contrastes, noches oscuras y a la vez luminosas.
Días de celebraciones importantes: la Constitución, la Inmaculada, Nochebuena, Navidad, Nochevieja.
Nuestros pueblos y ciudades cambian su aspecto con sus iluminaciones navideñas, las músicas, los colores de los escaparates, a veces la nieve, siempre el frio y ocasionalmente las lluvias, pero todo se perdona por lo que nos hace vivir.
Tradicionalmente es el periodo en que se reúnen las familias, en muchos casos, la única vez en el año, nostálgico para muchos por lo que se ha vivido, llenos de mil recuerdos que se acumulan en nuestra memoria.
Es época de compras, de gasto, de comidas y cenas, regalos o detalles para las personas a las que queremos.
De la mano de Diciembre viene la Lotería, con la ilusión y la esperanza en un futuro mejor con ayuda del azar, aunque luego mayoritariamente nos quede mucha salud.
En mi memoria se agolpan recuerdos antiguos y nuevos.
Una niña, de la mano de mis padres, caminando por Madrid con un gorro rojo con un pompón bicolor, bufanda y manoplas a juego y mi abriguito rojo, tejido y cosido por las manos laboriosas de mi madre, que era lo que se podía en esos tiempos de poca bonanza económica.
Días fríos, nevados a veces, con los zapatos manchados del barro de las calles, no tan asfaltadas como ahora, contemplando con ojos de asombro infantil los escaparates vestidos de Navidad de Galerías Preciados y el Corte Inglés en la calle del mismo nombre, unida indisolublemente a mi infancia, juventud y a mi vida adulta.
Los Reyes Magos de Oriente o el Cartero Real, lujosamente vestidos y acompañados de sus pajes, sentados en sus bellos tronos en la puerta de Galerías Preciados que daba a la Plaza de Callao. Temblando de emoción en brazos de esos ilustres visitantes, para entregar mi carta y que me hicieran la correspondiente foto que guardo entre mis bonitos recuerdos.
Acercarnos a la Plaza Mayor a sentir la Navidad, con sus colores, músicas, el olor a pino, piñas y musgo, que eran entonces los adornos más utilizados para los preciosos belenes que cada uno montaba en su casa en función de su espacio y sus posibilidades económicas.
También estaban en la plaza, con sus mitones, toquillas y pañuelos las vendedoras de pavos y pollos vivos. Algo impensable en estos tiempos de controles de todo para nuestra salud, pero, que a mis ojos infantiles causaban una gran sorpresa.
Capítulo aparte merecen los puestos de bromas que eran muy visitados por los mozalbetes siempre dispuestos a hacer “barbarismos”.
Entonces las luces no eran led, sino bombillas de colores y el espumillón estaba a la orden del día, pero con lo que teníamos disfrutábamos.
Diciembre guarda en mi memoria otros recuerdos imborrables de mi adolescencia y juventud. Vivíamos en Moratalaz y con mi panda de amigos nos juntábamos después de la cena de Nochebuena en la Parroquia de Nuestra Señora de Moratalaz para la misa del gallo, en la que participábamos cantando y luego recorríamos las casas de todos con nuestra alegría, guitarras, panderetas, canciones, por lo que nos obsequiaban con dulces, vino dulce en mi caso y el anís para los más atrevidos. Con poco, nos sentíamos felices. Vaya un abrazo a Pilar Ventas, Marisol y Jaime Vázquez presentes en esa evocación.
Y vamos con Puertollano.
Una de las cosas que más me gusta de la Navidad en nuestra ciudad son los belenes.
Recuerdo especialmente el que se montaba por el Ayuntamiento, entonces en la Plaza de la Constitución, en una especie de techado, que comenzó modesto, pero luego se fue engrandeciendo y embelleciéndose con figuras con movimiento que hacían y aún hacen, las delicias de niños y grandes, aunque ahora haya cambiado desde hace años la ubicación al Museo Municipal, en ocasiones dentro y otras, a mi gusto más certera, en las escaleras, que permiten verlo desde el exterior.
Vaya mi felicitación a Emilia León, Aumi Arias y todos los trabajadores municipales que colaboraban en su montaje y que hicieron felices a los niños, que como mi hijo, no se perdían un año la visita al belén, como hacen los de ahora.
No dejo de visitar cada año el belén de la parroquia de San Antonio de Padua. Su párroco, Don Alfonso Morejudo, pone junto a un equipo de ayudantes de la parroquia uno de los más bonitos y con más detalle de nuestra ciudad, cada año más trabajado, con más mimo que el anterior, aunque parezca imposible.
Tenemos también el tradicional belén del mercado municipal que bajo la batuta de la familia García de las Bayonas, nos emociona con su encanto a niños y grandes.
Y recuerdo también de manera especial el año que Portus Planos puso su belén en el mercado, que fue una gran idea por los detalles de monumentos de la ciudad y muy visitada por todos.
No puede faltar otro hermoso recuerdo unido a los villancicos, donde se dan cita el pasado, presente y futuro. Me veo con mi hijo vestido de pastorcito acudiendo al Auditorio, donde cientos de niños, con sus respectivos profesores y padres cantaban y hoy cantan sus alegres villancicos.
Sea donde sea, estemos donde estemos, Diciembre es un mes especial. Procuremos disfrutar de lo que tenemos en el presente, revivir con alegría los momentos pasados y, sobre todo, encontrar en nuestro Puertollano esos instantes imborrables que nos hacen felices.
Por muchas luces, adornos, cánticos, si no dejamos entrar el espíritu de la Navidad en nosotros, no habrá felicidad. La fiesta no depende de los objetos, sino del corazón de las personas.
Dejen salir al niño o niña que hay en ustedes, disfruten los pequeños detalles, compartan momentos con las personas queridas y sobre todo, renuévense por dentro para comenzar otro año con nuevas energías.
Felices Fiestas