Semana de Pasión

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Son las 16:18 del Viernes, 23 de Mayo del 2025.
Semana de Pasión

 

Por Lourdes Carrascosa Bargados

 

Nuestra rica lengua, de la que nos deberíamos sentir más orgullosos, tiene dos magnificas definiciones, entre otras para explicar el significado de la palabra pasión: de un lado acción de padecer y de otro apetito de algo o afición vehemente a ello. En estas fechas, aprovechamos para elegir entre nuestras pasiones para disfrutar de estos días marcados como vacaciones para muchos en el calendario.

Unos salen de sus casas como alma que lleva el diablo, cargado con maletas para dirigirse a otros lugares donde poder disfrutar de sus placeres. Muchos hacen carretera para llegar a una playa tan atestada de gente como la ciudad que han dejado atrás, pero les gusta deleitarse del chiringuito, el sol, si sale y el cambio de caras. Otros aprovechan para ir al extranjero, haciendo recorridos agotadores, en visitas abarrotadas, como se hace el turismo hoy. Aunque he escuchado también que se está poniendo de moda el turismo slow o viajar despacio, una filosofía de viaje que se centra en la calidad de la experiencia, sobre la cantidad de destinos visitados. Es una alternativa al turismo masivo, que propone conectar con la cultura, la gastronomía y el medio ambiente que a mi parecer es mucho más adecuado para descansar, aprender y relajarse.

Hace muchos años que deje de viajar en Semana Santa, cansada del agobio de preparar maletas, aguantar atascos y, casi siempre, para encontrar que el tiempo no acompañaba. Decidí disfrutar en estos días de los placeres cercanos, esos que tenemos a nuestro alrededor y a los que no damos valor.

Mi particular Semana de Pasión, comienza por los sentidos, principalmente el gusto y el olfato. Estas fechas no se viven igual si no van acompañadas de un buen potaje de espinacas con bacalao, excelente asadillo o tiznao manchego, tortillas, escabeches llenos de aromas y, cómo no, las delicias dulces, con la reina de estas fechas que es la torrija, acompañada de arroz con leche, natillas, gachas dulces, todo lleno de sabor, con olor a canela y recuerdos de infancia a comidas de nuestra casa.

A los aromas deliciosos de los platos de la época, se unen el de la cera de los cirios, las flores y el incienso. La Semana Santa tiene un olor especial, un olor que te lleva a adentrarte en tu interior, al recogimiento, a la meditación.

Si, ya sé que Puertollano no es una ciudad con unas procesiones comparables con esas que tenemos en España, con grandes imagineros, tradiciones milenarias y costumbres llenas de historia, pero me gusta vivir lo que me ofrece su tranquilidad y el esfuerzo de todos aquellos que intentan hacerla cada día un poco mejor.

El Viernes de Dolores me acerco a la Iglesia de San Antonio para ver salir a María Santísima del Mayor Dolor y Misericordia, mi particular inicio de la Semana Santa. El Domingo de Ramos voy a la bendición del olivo a coger un ramito para poner en mi casa todo el año, siguiendo las antiguas costumbres, que todavía no se han perdido.

Trato de ver las procesiones en las calles menos concurridas, porque me gusta cierto aislamiento, más difícil de lograr en las calles más abarrotadas.

Todos los años valoro el esfuerzo que las diferentes cofradías van poniendo en el cuidado de sus pasos, ornamentación, organización y hay indicios de que todo va mejorando. Es muy agradable ver la alegría de los niños el Domingo de Ramos con el paso del vulgarmente llamado “Borriquillo” y la belleza de las palmas, así como los detalles florales que adornan los pasos y cada año son más bonitos, muchos de los cuales salen de la genial mano de Antonio Díaz.

El Miércoles Santo es la Procesión de Nuestro Padre Jesús de Medinaceli, de gran devoción popular y donde siempre que la salud lo permite salen de nazarenos mis amigos Ocaña-Mozos. En la noche, bajo a la Iglesia de San Francisco para ver el traslado del Cristo del Calvario por los Discípulos de San Juan y Santo Sepulcro, con esos penitentes con cadenas que arrastran en la noche.

El Jueves Santo, en la Parroquia de San José se realiza el prendimiento, con la Cofradía de Jesús Orando en el Huerto, al que me acerco siempre que acompañe el tiempo. Después la procesión, con los pasos de Nuestro Padre Jesús Atado a la Columna, Jesús Nazareno y María Santísima de los Dolores. Cada año hay más pasos llevados a costal o a varal. Quizás no valoramos el esfuerzo de todas esas personas que muchos domingos por la mañana, cerca de la Plaza de Toros, ocupan su tiempo en entrenar para llevar el paso, mientras los demás nos divertimos o descansamos.

De madrugada hace estación de penitencia la procesión del Silencio con el Nazareno y la Dolorosa, la única que no he visto en la calle, tan solo, desde mi terraza observo pasar las imágenes y el sonido de los tambores que a esas horas hacen estremecer el corazón.

El Viernes Santo tiene para mí un carácter especial. Mi madre falleció ese día y unas horas antes de su muerte, la contemplación de la imagen de la Esperanza Macarena recorriendo las calles me aportó consuelo. Todos los años voy a ver la salida de su procesión en la Iglesia de la Asunción, acompañada del recuerdo de mi madre y luego mantengo la costumbre de recorrer las estaciones. Cada parroquia pone su esfuerzo en adornar su sagrario, mención especial merece la visita a la capilla de las Hermanas de la Cruz, que se empeñan  cada año para  que su monumento esté divino, terminando el día con la Procesión del Santo Entierro, la más larga de todas y donde diferentes cofradías hacen lo posible para acompasar sus pasos y hacernos disfrutar con el Niño Jesús, el Cristo de las Maravillas, el Santo Descendimiento, Nuestra Señora de la Piedad, el Santo Sepulcro y Nuestra Señora de la Soledad.

El Sábado Santo me acerco a la Iglesia de San Antonio para estar un rato velando a su Cristo Yacente, Cristo del Amor, bonito nombre con un momento de oración respetuosa ante ese cuerpo que ya descansa terminado su sacrificio.

En la tarde la cofradía de la Vera Cruz lleva a varal por anderos la imagen de Nuestra Señora de la Soledad, impresionante el dolor de una madre a la que le han arrebatado lo que más quería, su Hijo amado y emotiva siempre su entrada en la Ermita, ya anochecido.

El Domingo de Ramos suenan todas las campanas de las iglesias y me gusta ese sonido que nos anuncia la Resurrección.

Vaya por delante mi agradecimiento a sacerdotes, monjas, cofrades, público en general, a todas y cada una de las personas que ponen su dedicación y esfuerzo en hacer que la Semana Santa de nuestra ciudad continúe viva, aunque sea modesta.

En estos tiempos, es fácil perderse en decir que en Puertollano no tenemos nada, que todo es un desastre, pero no sabemos mirar con los ojos del corazón, con la emoción, todas esas pequeñas cosas que tenemos alrededor que pueden hacernos la vida más hermosa.