Por Lourdes Carrascosa Bargados
Me gusta, siempre que camino por una ciudad, ya sea en Puertollano o en aquellas que visito, al pasear sus calles, fijarme en las casas. Si os digo la verdad, mis ojos disfrutan más cuando me encuentro ante una casa de las antiguas, que en los grandes edificios modernos y fríos.
Prefiero perderme en las calles más tradicionales y quedarme mirando embobada los distintos tipos de viviendas, con sus diferentes puertas, ventanas, tejados, rejas. En las diversas zonas de una ciudad, puedes encontrar muchos tipos de construcción: casas como palacetes, palacios, chabolas o cuartelillos, viviendas de épocas y características particulares, que las hace parecerse por ciudades, por barrios, por fachadas. Podría estar horas contemplando sus peculiaridades.
Todas llaman por igual mi atención, pero no es tanto por su arquitectura, o construcción, como por lo que mi imaginación supone de lo que han vivido entre sus paredes.
Las casas, son hogares, son historia, son recuerdos, son experiencias, son vida.
Seguro que, si te paras a pensar, recuerdas las casas de tu biografía. Trata de ponerte en la casa de tu infancia. Vendrán a tu cabeza sus paredes, sus habitaciones, los colores, la decoración, pero, sobre todo vendrán miles de recuerdos asociados con lo que en esa casa se vivía y se sentía.
De la primera casa de mi vida, tengo un recuerdo tan real como si lo estuviera viviendo ahora de la escalera. Yo, con tres años, subía y bajaba por esos escalones desde la casa en la que vivía con mis padres, a las dos viviendas de las vecinas con las que yo más disfrutaba: la casa de Vicenta y Pepita y el taller de Luisita.
Algún día os hablaré de ellas, pero hoy baste decir que al taller de Luisita iba a jugar, a disfrazarme con los restos de telas, a escuchar cuentos en la radio y a dejarme mimar. A casa de Vicenta y Pepita a elegir en que cocina me gustaba más la comida, para decidir en qué casa quedarme. Tengo miles de recuerdos infantiles unidos a este edifico del antiguo Madrid en la Calle de Fomento, con su portalón de entrada, su patio y las escaleras.
Mis siguientes recuerdos se asocian con Coruña, ciudad de la familia de mi madre y donde desde niña he pasado mucho tiempo. La casa de mis tíos abuelos Luz y Rafael tenía rincones que mis ojos infantiles volvían mágicos. Una habitación, que era un baño con una bañera de patas, la primera que yo vi en mi vida, armarios con espejos, y estanterías con libros, algo que siempre me ha atraído desde niña.
El chalet del Burgo de la sociedad de La Cross donde vivían mis tíos Olguita e Ignacio y mis primos, que llegaron a siete. Los juegos en el jardín, las risas en las camas de las habitaciones por la noche, los cuartos prohibidos a los que los niños no podíamos pasar, el gallinero, la leñera, mil rincones que me llevan a tiempos vividos con alegría e ingenuidad y que ya no volverán.
De primera casa de la que mis padres fueron propietarios, mi recuerdo está asociado con el frio. Entramos a vivir en Enero y esa noche, yo tenía cinco años, cayó una gran nevada, que llenó mi cara de sorpresa al contemplar como el poyete de la ventana de mi cuarto aparecía con una gruesa capa de nieve blanca, que toqué por primera vez.
Las casas son hogares, son historias de las personas que en ellas habitan. Son dramas o bellos recuerdos, pero no son solo piedra o ladrillos, están llenas de vida y por eso me gusta imaginar quién las ha habitado y que guardarán entre sus paredes, como si de un cuento se tratara, aunque ellas no puedan narrar lo que han visto y vivido.
Nuestra casa es siempre el hogar, el puerto seguro, aquel que permite mostrar nuestro verdadero yo, cuando nos quitamos todas las máscaras y somos la verdad de cada uno.
En nuestra casa tenemos nuestros particulares tesoros, aquello más valoramos, ya sean libros, cuadros, muebles, fotos, recuerdos, de los que disfrutamos cuando nos encontramos en ese territorio seguro.
Luego, todo se queda aquí, No partimos con nada y da cierta tristeza pensar el poco valor que los que nos continúan suelen dar a los objetos que amamos. Pero ellos tendrán los suyos y le sucederá igual cuando se vayan.
La vida es una rueda que da vueltas y nos tiene a veces arriba y a veces abajo.
Debemos aprender a vivir y disfrutar de lo que tenemos, ya que no lo vamos a tener siempre y se quedará aquí.
Nuestra casa contendrá entre sus paredes nuestras historias personales, los momentos de amor, de dolor, las tristezas, las miserias, la muerte, los nacimientos, todo aquello que forma parte de nuestra vida.
Aprendamos a valorar nuestra morada y a recordar a los que nos precedieron con el cariño que podemos poner en aquello, como su hogar, que nos pudieron dejar.