Por Lourdes Carrascosa Bargados
Mañana de finales de Octubre, de esas con un sol luminoso que hace más amarillas las hojas de los árboles, tanto las que todavía lucen en sus ramas, como las ya caídas por el suelo, formando ese manto de rojos, ocres, verdes, marrones y dorados.
El ambiente nos produce esa bella sensación mezclada de sueño de día primaveral, cuándo ya sentimos van acercándose las tardes noches oscuras del otoño, que abren sin dudar la puerta al invierno que llegará.
Días de vida y muerte.
El sol, los colores, la luz, la agradable temperatura, son sinónimos de vida.
La oscuridad, el frio, las sombras, se asemejan a la idea que nos han transmitido de la muerte.
Palabra maldita, aunque segura para todos los nacidos.
Estamos a un paso del Día de Todos los Santos y del Día de los Difuntos. Reniego por principio de la cultura del Halloween. Me gusta conocer otras costumbres, otros modos de celebración, pero no abandonar las nuestras y sustituirlas por otras que nos vienen dadas.
En mi camino hacía el camposanto pienso en el tema trascendental de la muerte. Curiosamente es un pensamiento que evitamos para no sufrir o para no reflexionar sobre ello.
Solo se hace presente cuando aparece y arranca de nuestros brazos a alguien querido, pero pocos asumen la muerte como una experiencia para mejorar la vida.
Cuando he trabajo con pacientes que estaban viviendo un duelo he gastado muchas palabras en tratar de explicar esta idea.
Tal vez, el modo más sencillo sea contar desde las experiencias.
Disfrutar de estar viva, del día a día, tener una actitud vital de sacarle partido, ser fuerte, son vivencias que he sacado de mis historias con la muerte.
Tenía diecinueve años, estaba a punto de ingresar en la Universidad, cuando un terrible diecisiete de Agosto, mi vida dio un vuelco. Mi hermano pequeño, con solo diez años, falleció en una circunstancia trágica y dolorosa cuando estaba pleno de vida y alegría, con todos sus días por vivir. Este acontecimiento, sumó a toda la familia en un luto doloroso y en un proceso depresivo del que nos costó salir.
Fue mi primera vivencia con la muerte, cuando descubrí que es un hilo fino que se puede romper de pronto y nos deja vacíos, sea cual sea la edad, la circunstancia y siempre llenos de pena.
Durante meses fui una zombi de mí misma: sin sueño, sin apetito, sin ganas de vivir, como si un vacío agujero se hubiera instalado en mi interior. No estaba en mí. Inicié mi carrera Universitaria en la Complutense en Octubre, trabajaba por las mañanas y acudía en las tardes a la Facultad. Al principio sin fuerzas, desganada de todo, con la mirada perdida y una angustia vital constante.
A veces, en sueños, oía hablar a mi hermano y despertaba alegre, pensando que su fallecimiento había sido un sueño. Pero la realidad llegaba rápido. Fueron meses complicados, donde aprendí que no hay remedio, que a la muerte solo se le puede hacer frente con un buen vivir y eso me salvó.
Comencé con profesores de mi carrera, especialistas en trabajar mis emociones, para no ver solo lo negativo, sino tener una actitud positiva ante la pérdida y todo lo que nos enseña, a mirar la vida con la idea de que es un tiempo limitado y que debo intentar aprovechar.
Así, con mucho trabajo personal y las ayudas adecuadas, que siempre deben ser bienvenidas en los momentos duros, me grabe a fuego en mi interior el mensaje: “La muerte está siempre ahí, a tu lado y solo puedes hacerle frente viviendo mejor y más intensamente, disfrutando de estar viva, por mí y los que ya me faltan, pero me acompañan en mi interior”
Lo único que les puedo ofrecer, a todos los que ya no están conmigo aquí, es la vida, de la que forman parte los miles de recuerdos y sentimientos compartidos con cada uno de ellos.
Por eso, en esta brillante mañana soleada del mes de Octubre, voy hacía el cementerio mirando a mi alrededor, contemplando la naturaleza que nos regala sus mejores galas, con una sonrisa, con recuerdos bonitos, con flores y cargada de VIDA, que es lo mejor que puedo ofrecerles.