“Behind blue eyes”

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Son las 00:30 del Viernes, 26 de Abril del 2024.
“Behind blue eyes”

Arpegio suavetón para empezar, dosisde buenos coros dirigidos por la contundente voz de Roger Daltrey, una, dos y hasta tres veces la repetición de la frase y cuando das por sentado que te espera una balada de las que The Who tienen por doquier… en el canal izquierdo del estéreo avisa una rasgada de Pete Townshend, un cambio de ritmo con melodías cuasi hindúes que preludian el redoble de los tambores de Keith Moon y la canción deviene en ese tipo de tonadas a los que The Who nos acostumbró desde pequeños. Nos referimos, como habréis adivinado, a la fantástica “Behind Blue Eyes” el pedazo de tema que nos vuelve a tocar Sam, después de unas semanas amodorrado.

“Behind blue eyes” fue concebida en un princpio para formar parte del proyecto “Lifehouse”, que debería haber sido una ópera-rock de ciencia-ficción que explotaría el evidente rendimiento económico de “Tommy”. Como quiera que ese proyecto no llegó a buen término, las canciones creadas “ad hoc”, junto con otras que fueron surgiendo una vez se determinó que se editaría un álbum, sin más, conformaron el consistente “Who’s Next” (1971)donde fue ubicada antes de “Won't Get Fooled Again” (bien conocida por servir de sintonía a la serie CSI-Miami)  y con la que comparte “riff” de enlace como era habitual en la época, costumbre que compartían con Pink Floyd y Mood Blues, entre otros, y que se ha ido al carajo con las modernas ediciones digitales de CD’s y MP3. La letra, como todas las letras de la etapa psicodélica de los sesenta-setenta, puede verse desde distintas ópticas pero, si atendemos a lo sugerido en su día por Daltrey, el tema refleja la soledad y aislamiento creativo al que se veía sometido Pete Townshend, auténtico líder y “alma-mater” de la banda.

Los Who, como hemos conocido siempre al combo de Townshend y Cía, ingresaron en la movida británica de los primeros sesenta como “tercera vía” entre los Beatles (que enseguida llegaron al éxito) y los Stones (que resultaban demasiado gamberros) aprovechando una etiqueta “vacante” entre las tribus urbanas londinenses. Así es, los “mods”, jóvenes trabajadores entre semana, que gastaban su dinero en ropa y en sus mimadas motos “scooter” (tipo Vespa, vamos), destinaban otra parte de su presupuesto a pelear los “finde” en el balneario de Brighton, o donde pillaran con la tribu rival, los “rockers”, previa ingesta de pastillas de todos los colores. Kit Lambert y Chris Stamp que acababan de coger la direccioón de la banda, decidieron que The Who serían el estandarte de los “mods”, como así fue y quedó reflejado en “Quadrophenia” (1973) y la película rodada con tal misión. Otra de las características “guerrilleras” de los Who eran sus dos componentes más agresivos: Keith Moon, para muchos el mejor batería de la historia, capaz, sin necesidad de recurrir a espectaculares solos, de darle a  su instrumento una presencia de solista que se percibe muy bien en gran cantidad de canciones del grupo y, el ya citado, Pete Townshend que tuvo la “desgracia” de romper su guitarra en un concierto de forma totalmente imprevista y le pidieron en las siguientes actuaciones que hiciera lo mismo, así que Pete rompía cada noche un par de guitarras y la leyenda de los Who crecía exponencialmente; luego vendría Jimi Hendrix y les prendería fuego, pero esa es otra historia.

Nuestro paseo de versiones, tras la oficial de los Who, se inicia con Stratovarius que toman el “riff” de enlace comentado anteriormente en una descarada actitud “heavy”, de la que ya no se evanden en todo el tema. Más ortodoxos, Limp Bizkit, obvian el cambio de la mitad del tema y dejan todo el paso a un delicioso video-clip con la siempre bella presencia de Halle Berry. También dentro de los cánones (no se esperaba más), la versión de Sheryl Crow sí ejecuta valientemente el cambio, tal vez porque por aquel entonces compartía vida con Eric Clapton. Cierra el paseo detrás de esos ojos azules la versión excesivamente academicista de Bruce Dickinson y la minimalista de Peter Beth con tonos suavemente jazzísticos que bien podría haber firmado Sade… o no.

Juanma Nuñez Rodrí­guez
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