Hey Jude: el último salto

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Son las 18:22 del Martes, 8 de Octubre del 2024.
Hey Jude: el último salto

Ante todo dar una fe de erratas sobre el artículo de “Born on the Bayou”, cuando se citaba como seminal nombre de Credence Clearwater Revival la denominación “Moonglows”, cuando en realidad fueron los Golligows. Moonglows fueron una banda negra de cierto prestigio en la mitad de los cincuenta que tras llamarse Moondogs, hicieron el cambio que les sugirió el famoso Alan Freed, ya sabéis el locutor de radio que acuñó la marca “rock and roll”. Por la otra parte, los hermanos Fogerty habían tenido un grupillo llamado los Blue Velvets que, enseguida, pasaron a llamar Golligows y registrar unas cuantas “demos” que años más tarde editó Fantasy (la discográfica de CCR) para exprimir un poco más el negocio. Disculpadme.

 

En una columna dedicada a canciones emblemáticas de la historia del rock’n roll y lo que luego llamaron pop y muchas cosas más, se echa de menos alguna pieza de la banda más mitificada de aquellos años y aún ahora: The Beatles. La explicación (no sé porqué tengo hoy el día “explicativo”) es sencilla y tiene que ver con la cantidad de canciones que editaron los Fabs Four en sus trece discos de estudio (uno de ellos, doble) sus otros tantos EP’s (también uno doble) y los veintidós discos sencillos (singles, como se decía) que arrojan una cifra de doscientos catorce temas, que no incluirían versiones editadas en directo, recopilatorios y canciones de los Beatles que acabarían cantando cualquiera de ellos en sus carreras en solitario. De esas doscientas canciones, prácticamente la mitad pueden recibir el calificativo de “inolvidables” en cualquier baremo que mezcle nostalgia generacional y, si expandiéramos una hipotética encuesta, nos daríamos cuenta que, sin llegar a ser un experto en la banda, reconocemos más de ciento cincuenta de sus grabaciones originales, por tanto casi habría que hacer una columna como ésta de Sam, dedicada sólo a los cuatro de Liverpool y lo cierto es que no me importaría, pero posiblemente aburriríamos a más de un rebaño.

 

En Agosto de 1968 la sombra de la artista de vanguardia japonesa Yoko Ono se hace cada vez más alargada sobre John Lennon lo que acaba explotando en el divorcio de su esposa de “los días felices” Cynthia, de soltera Powell. Es en ese marco sentimental donde “el bueno” de McCartney escribe una canción primeramente llamada “Hey Jules” para consolar al hijo de la pareja, Julian. Hasta ahí todo correcto en ese constante gusto por justificar todas y cada una de las canciones de los Beatles y, en muchos casos, encontrarles o difundir un espíritu cabalístico (léase “I Am The Walrus”), pero resulta que la canción fue grabada entre el 31 de Julio y el 1 de Agosto, cuando la demanda de divorcio se presentó el 22 de Agosto y la sentencia fue emitida en Octubre ¿tanto quería y sufría McCartney al hijo de cinco años de su colega, para pensar semanas antes en su pena por la separación de los padres? Salvo que las crisis de matrimonio de John y Cynthia fueran tipo “Sálvame De Luxe” las fechas y los intereses no cuadran cuando, además, la letra puede referirse al mismo John Lennon, que cuando la leyó pensó de esa manera, o a propio McCartney que acababa de romper con “su novia de toda la vida”, Jane Asher, para embarcarse en la provechosa relación con la heredera mundial de Kodak, la que fuera su mujer, Linda Eastman.

 

Justificaciones al margen, “Hey Jude” aporta otras singularidades fuera del “aspecto rosa” de su origen. Para empezar fue de los primeros cortes, si no el primero, editados bajo su sello Apple, una ruinosa actividad empresarial que acabaría con la poca cohesión que para entonces tenía la banda; fue la canción más larga fabricada por los Beatles hasta el momento que, por aquel entonces batirían ese presunto registro con la grabación de “Revolution number 9”, incluida en “Álbum Blanco” que se estaba grabando simultáneamente. Pero la mayor singularidad era la estructura, casi épica, de la canción que  “arranca con una estructura de verso-puente basada en la interpretación vocal y el acompañamiento al piano de McCartney, a los cuales se van añadiendo detalles complementarios que distinguen sus distintas secciones. Después de la cuarta estrofa, cambia a un final o coda que se desarrolla durante más de cuatro minutos, hasta apagarse progresivamente”, según afirman los que saben de música. El caso, amigos, es que a mí el “coda” final de “Hey Jude”, aquel interminable y reiterativo “na na na nara na na, nara na na… Hey Jude”, que alguna vez conté con un amigo y llegaba hasta las dieciocho (tal ve veinte) veces, me llevaba a otro cielo que no sé si sería el séptimo o el octavo pero, con catorce añitos y una cara “B” tan especial como “Revolution”, versión cañera de la que venía en el LP, las puertas de la percepción más bien parecían los portones de un gran castillo por descubrir y en el que habitaban los Beach Boys y sus “Good Vibrations”, los Moody Blues y aquellas “Nights in White Satin” o los Animals y su “House of the rising sun”, sin contar una multitud de bandas y artistas que, desde mediados de 1967 hasta poco más de 1971 fraguaron la auténtica Edad de Oro, de la Edad de Oro de la música pop.

 

La canción, que tras 25 tomas adoptó su forma original, entró pronto en las listas de éxitos, si bien, a instancias de las emisoras de radio yanquis, la Capitol, hubo de realizar una versión corta para el mojigato mercado estadounidense que, poco se esperaba, el aluvión de canciones-río que les venía encima. “Hey Jude” nunca formó parte de un LP, lo lógico hubiera sido colocarla en el “White Album” (1968), pero con el tiempo fue incluida, como muchas de otras canciones de los Beatles que no tuvieron cabida en discos de larga duración, en volúmenes recopilatorios tipo “Beatles Again”, “Beatles Forever”, y refritos navideños por el estilo. Fue el lanzamiento más vendido de la historia, llegando en poco más de tres meses a los nueve millones de unidades dispensadas en todo el mundo y sus otros registros, como ocurría con todo lo “beatlemaníaco”, estaba fuera de la comprensión en una época donde la industria del entretenimiento estaba en la Edad de Piedra en relación con la actualidad. Y es ahora, repasando estas versiones (buscad la de Wilson Pickett en solitario) cuando uno se da cuenta porqué a los Beatles no les quedaba nada más que hacer y acabaron separándose. Veamos, toodo es susceptible de debate pero, con las cosas como estaban, con el porvenir individual que se les presumía, con el pedazo de disco que fue “Abbey Road” (1969) y lo “quemaos” que estaban entre sí, dado el salto mmáximo que supuso “Hey Jude”, es para quitarse el sombrero y decirle a la concurrencia: “Que os den”

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