“Layla”: demasiado bello para ser cierto

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Son las 15:48 del Viernes, 29 de Marzo del 2024.
“Layla”: demasiado bello para ser cierto

Pocas veces una canción ha unido tanto a dos de las “rock-stars” más rutilantes de su época y su magnética fuerza ha traspasado los límites de la leyenda para convertirse en mito: “Layla” (1970, Eric Clapton-Jim Gordon) es precisamente una de ellas, si no la más representativa.

El asunto es tan viejo como la historia del mundo: el mejor amigo del marido se enamora perdidamente de la mujer de éste y crea para ella una canción más que evidente. Lo que podía haberse saldado con un crimen pasional (y no hay que ser latino para incurrir en esa tropelía) se resuelve civilizadamente con divorcio, boda y aquí paz y después gloria, aunque la intra historia, los matices, la vida misma, no son tan sencillos y “Layla”, valorada por la crítica mundial como una de las mejores canciones de amor de la historia del rock, goza afortunadamente de los matices necesarios (musicales y humanos) para que el bueno de Sam vuelva a tocarla, “play it again”.

En 1968-69 la amistad entre el “beatle” George Harrison y el “guitar-hero” Eric Clapton (“Clapton Is God”, rezaban los “graffitti” del Londres de la época) está creciendo gracias a una comunidad artística favorecida por el clima creado por las drogas psicodélicas de las que todos son curiosos consumidores y las filosofías orientales con sus místicas de incienso, nirvana y otras relajaciones. Harrison, que está inmerso en el asunto desde los días del “Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band”, ejerce de “cicerone” para el resto del llamado “swinging London”, algo así como la “movida londinense”, y Eric Clapton, que triunfa en el supergrupo  Cream, junto a Jack Bruce y Ginger Baker, entra en aquellos círculos de artistas jóvenes, ricos y ávidos de experiencias sensoriales. El resultado más contundente es la colaboración (sin aparecer en los créditos finales) de Clapton en “While Me Guitar Gently Weeps”, canción de Harrison incluida en el doble álbum blanco de los Beatles, donde se afana con éxito en el maravilloso “riff” de la misma usando una guitarra que acaba de regalarle su colega George y a la que llamó “Lucy”. El mismo Harrison devuelve el favor a Clapton e interviene, también a la guitarra, en el tema “Badge”, perteneciente al álbum de Cream, “Goodbye” (1969), apareciendo en los créditos con el seudónimo de “L’Angelo Misterioso”. Esa cordialidad, idas y venidas, visita aquí, visita allá, hombres y mujeres jóvenes (22, 23, 24 años) con pasta por un tubo, ellos músicos de renombre, ella modelo, actriz y de estupendísima presencia: Eric queda “pillado” totalmente de Patti (Boyd, de soltera) Harrison, de la que dicen las malas lenguas, ya ha compartido sábanas con Mick Jagger, Keith Richards o Brian Jones, es decir el “tridente pecaminoso” de los Stones. Harrison tampoco es manco porque, cuentan, se beneficia a la mujer de su compañero Ringo y todos, ellos y ellas, disfrutan de las noches del “pop” londinense donde ha desembarcado un guitarrista zurdo, mestizo y americano que pronto va a poner el prestigio de Clapton contra las cuerdas. En aquella época, los amigos iniciados y un servidor éramos de Eric o de Jimi, siendo éste la más audaz y progresista elección.

Esa efervescencia creativa lleva a Eric Clapton de Cream a Blind Faith y de allí a Estados Unidos con Delaney & Bonnie & Friends, con los que gira una temporada y disfruta de beber en las fuentes del “blues” y conocer a la Allman Brothers Band, donde su guitarra solista, el recordado Duane Allman, enseguida hace buenas migas con el “british” intercambiando conocimientos de todo tipo lo que acaba en una de las reuniones de músicos “ex” de otras bandas que se juntan temporalmente para editar sus “jam-sessions” (aquella fase se llamó la era de los supergrupos) y se produce el advenimiento de Derek & The Dominos, donde Derek es Eric Clapton y en la banda están Jim Gordon, Carl Radle (que luego seguirán a Eric en su carrera en solitario) y Duane Allman, entre otros. Clapton lleva ya un esbozo de “Layla” en su maleta y una tarde oye a Gordon teclear una tonada al piano, lenta y delicada… le gusta tanto que decide incorporarla al tema que tiene en mente y para el que Allman tiene ya “riff” marca de la casa. El resultado es una larga canción de más de siete minutos, basada en el poema “La historia de Layla y Majnun” del persa Nezami, convenientemente adaptada para enamorar a Patti Harrison. Una primera estructura de la canción superpone las guitarras de Allman (slide) y Clapton, mientras que en la segunda, el “coda” de piano soporta las improvisaciones del resto de la banda en uno de los momentos más estelares de aquel doble álbum en el que se editó, llamado como la canción: “Layla & Another Assorted Love Songs” (1970).

Evidentemente la reacción no cuesta imaginarla. Patti conocía lo que se estaba cociendo; en su libro de memorias lo explicaba así: “Nos vimos a escondidas en un piso de South Kensington. Clapton me había pedido que fuera porque quería que escuchase algo nuevo. Encendió el radiocasete, subió el volumen y sonó la canción más potente que jamás escuché. Era "Layla", trataba sobre un hombre que cae enamorado perdidamente de una mujer que le quiere pero no está disponible. Me la puso dos o tres veces, mientras miraba mi cara para ver mis reacciones. Mi primer pensamiento fue que todo el mundo me iba a reconocer". Sí, la reconocieron, y siete años más tarde el matrimonio con George se fue al garete; en 1979 Patti y Eric se casaron, ante la presencia de George y Ringo, para acabar divorciándose en 1989 después de acabar (ahora sí) tirándose los trastos y proferir frases y adjetivos menos idílicos que los que reflejaban el inolvidable tema. Hoy, Clapton es un venerable anciano (cumplió 70 años el 30 de Marzo) que llora la muerte de B.B.King con el que compartió escenarios y estudios de grabación, acaba de editar una obra recopilatoria con su gran amor de siempre, el “blues”, y cuando se junta con amigos ilustres, se pone de etiqueta y canta “Layla” para exorcizar sus muchos y terribles demonios del pasado.

Juanma Nuñez Rodrí­guez
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