“(Sittin’ on) The Dock Of The Bay”: pura melancolí­a

La voz de Puertollano
La Voz de Puertollano en Facebook
La Voz de Puertollano en Twitter

Son las 09:55 del Jueves, 28 de Marzo del 2024.
“(Sittin’ on) The Dock Of The Bay”: pura melancolí­a

Muchos de los temas (canciones) de la música popular, y también de la llamada música “seria” (es decir, clásica) han surgido de una pequeña y sencilla idea que, en un posterior proceso creativo a veces sometido al más puro azar, los han moldeado y hecho crecer hasta llegar (siempre en ambos casos) al carácter de obra maestra. La historia de un tipo que se sienta en un muelle en San Francisco y ve el horizonte de la bahía sin nada más que hacer que silbar una tonada es, en sí mismo, tan elemental que cualquiera (es un decir) podría haberla escrito desde Cádiz a Estambul, incluyendo cualquier horizonte marino de sublime belleza sea Levante o Poniente.

Otis Redding (1941-1967), estrella del nuevo sonido “soul” que arrasaba los USA en 1967, estaba girando aquel verano por California con su banda, The Bar Keys, y pensó que nada mejor para descansar que echar un rato en Waldo Point, Sausalito (podéis in en Google Earth) que tiene unas casas flotantes y unos amarres que, en aquel Agosto en pleno “verano del amor”, le debieron de parecer una maravilla a la nueva “pop-star” que triunfaba tanto con su grupo, como en solitario o con dúos (los productores negros gustaban de esos “matrimonios de conveniencia”) como el que le unió temporalmente a la notable Carla Thomas para grabar “King & Queen” (1967) publicado aquel mismo mes de Marzo y que también promocionaba por California. Redding, que era uno de los diamantes del bello sonido afroamericano de la Stax (entonces decían sólo “negro”) había obtenido un rotundo éxito en el reciente Festival de Monterrey, celebrado en Junio, que inauguraba una costumbre de macro-festivales “pop”, como todo aficionado conoce. Esa situación, en la cresta de la ola, hizo que al bueno de Otis se le ocurrieran cuatro cosas de aquellos muelles junto a su estancia en las casas flotantes (boat-house) y las convirtiera en “Dock Of The Bay”, escribiendo, como era habitual en él, ideas en servilletas de aquí y allá.

De regreso a la rutina de los estudios de grabación, en Noviembre, la Stax de Memphis, Tennessee, le había preparado unas sesiones con un guitarrista blanco llamado Steve Cropper (1941) que, además, era productor e integrante de los ya afamados Booker T.Jones & The MG’s (los tipos de “Green Onions”, 1962), aparte de “amiguete del curro”, y al que le contó sus ideas californianas. Cuenta Cropper, en una entrevista publicada en 1990, que él y Redding completaron una meláncolica canción a base de relatar o transcribir los sentimientos que Otis tenía en aquel momento, después de abandonar el “Sur Profundo” para encarar el éxito en la Tierra Prometida de California ("I left my home in Georgia, headed for the Frisco Bay"). Ambos genios (para mí, tanto Otis como Steve lo son) pergeñaron una corta, sencilla, emotiva y melancólica canción tan inmortal como ellos no podrán serlo y la pasaron a vinilo ese mes de Noviembre, último completo que pasó Redding en este mundo, ya que el 10 de Diciembre, mientras se dirigía con los Bar Keys a Wisconsin para cumplir una de sus actuaciones su avión, un bimotor Beechcraft se estrelló a causa del mal tiempo en el Lago Monona (Madison, Wisconsin) con un único superviviente, el trompetista Ben Cauley (1947), que no pudo hacer nada por sus compañeros al no saber nadar.

La muerte de Otis, el primero de una serie de rock-star fallecidos a los 27 años (Morrison, Joplin, Hendrix y Cobain, entre otros), generó un aluvión de “fans” que demandaban producto para sus tocadiscos. La Stax no tardó en dar satisfacción con la edición póstuma de “(Sittin’ on) The Dock Of The Bay”, título definitivo a instancias de Cropper y que llegó al nº1 de todas las listas de éxito, primera vez que este hecho sucedía con una canción y álbum póstumos. Otros cuatro discos oficiales de estudio y centenares de “bootlegs” y recopilatorios de antiguas casas discográficas extendieron la producción del, llamado, “Rey del Soul”, título que honoríficamente le concedieron sus amigos James Brown y Sam Cooke, en nombre de toda la pléyade de músicos negros de aquella dorada época.

Creo que lo he contado anteriormente pero con los músicos “soul” es inevitable que me repita, porque la máquina de discos (éramos muy de pueblo para decir “jukebox”) del salón Llopis (billar, futbolines & ping-pong) ardía cuando, con un par de pesetas, “pinchábamos” a Wilson Picket, Otis Redding, Arthur Conley, Aretha Franklin y compañía, con sus éxitos del momento. Allí llegó “(Sittin’ on) The Dock Of The Bay” y a todos nos pareció (no sabíamos que a Redding le había ocurrido igual) que aquella preciosidad no cuadraba con el habitual estilo “soul”, muy dado a las secciones de viento, pero nos gustaba muchísimo y nos hubiera gustado ver como evolucionaba esa nueva faceta de Otis. Por desgracia eso no ocurrió jamás y sólo hubo ese silbido final de la canción que, por cierto, no hace Redding en la toma definitiva y que hubo que incluir porque, mientras se grababa, éste había tirado algo al suelo y había que tapar el ruido. Sin palabras:

Juanma Nuñez Rodrí­guez
Videos disponibles