Por Isabel Castañeda
Es una de las emociones más poderosas que tenemos que aprender a gestionar.
El miedo está en nuestro ADN, desde la aparición de nuestra especie sobre la tierra, muy necesario para la supervivencia.
En el momento en que se produce una situación peligrosa, nuestro organismo genera una serie de mecanismos químicos, que nos ponen en disposición de afrontarla.
Una vez que el peligro ha pasado, el nivel de estrés va bajando y nos adaptamos, nuevamente, a la normalidad.
Sin embargo, en estos tiempos, estamos rodeados de situaciones conflictivas y peligrosas, unas cercanas y otras más alejadas en el espacio, pero que sentimos como amenazantes: guerras, por ejemplo.
Es necesario, entonces, aprender a convivir con estas amenazas y con el ritmo frenético en el que vivimos.
Debemos intentar controlar el estrés necesario para afrontar situaciones de peligro y, una vez que ha pasado, recuperar el ritmo vital equilibrado.
Es difícil, pero se requiere para que el estrés no se cronifique y pueda dar lugar a desajustes psicológicos y físicos, perjudicando nuestra salud.
Es necesario aceptar el miedo y saber que el mecanismo de defensa es el estrés.
Es una de las emociones que aparecerán en muchos momentos de nuestra vida y no nos debemos resistir a sentirla.
Cuanto más intentemos combatir el miedo, más poderoso se vuelve; cuanto más tratemos de huir de él, más lo alimentamos.
Esto llevará a la ansiedad, que provoca sufrimiento.
Hay que transformar la relación con el miedo, que es oscuridad, por la luz.
Hay un tipo de miedo, que no tiene base real, es el miedo difuso, que sientes y no sabes a qué se debe.
Es un miedo muy generalizado, que requiere afrontarlo.
Lo más sensato es darse cuenta de que la vida es riesgo. Pero si no nos arriesgamos, no vivimos, vegetamos.
No hay que confundir con la osadía o la imprudencia.
He dicho antes que la oscuridad desaparece, cuando entra la luz.
El miedo es oscuridad y el amor es luz.
El miedo nos puede llevar a cometer acciones dañinas, para quienes forman nuestro entorno.
Cuando amamos, no entra en nuestros esquemas hacer lo que pueda hacer daño a los demás.
Es sencillo de entender, si miramos alrededor.
Las guerras de Gaza y Ucrania, por ejemplo, ¿qué las produce?
El miedo, al contrario, el otro es el enemigo.
Si fuera el amor el que moviera nuestros actos, el mundo sería distinto.
No es una ingenuidad, es una evidencia.