Por Isabel Castañeda
Nuestra llegada al mundo se anuncia con el llanto. Es una forma de dejar el refugio materno, para enfrentarnos a un mundo inseguro, en el que se evidencia nuestra vulnerabilidad.
Para sobrevivir, necesitamos ser cuidados.
El período de dependencia es muy largo. La niñez es la etapa de la naturalidad, la espontaneidad; somos creativos, disfrutadores de ir descubriéndonos y descubriendo el entorno; tenemos una gran capacidad de amor; somos generosos dando besos, abrazos y diciendo te quiero.
Pasado este período llega como un frío helado, la adolescencia, que se anuncia con cambios de conducta, de irritabilidad, de crecimiento sin armonía y de sentimientos de incomprensión de y por los demás.
Le sucede la juventud, que se ve amenazada por la presión social.
Se necesita buena preparación práctica para desenvolverse; se impone encontrar los medios para intentar formar parte del engranaje: trabajo, lugar para vivir, independencia (si es posible), pareja… y llegan los primeros desengaños, decepciones y la búsqueda de vivencias, sensaciones y placeres.
Es efímera, a la vez que se vive como un estado permanente, desde dentro y desde fuera como algo envidiable por los que ya la pasaron.
Se entra de lleno, después, en la etapa de madurez, en la que sin darte cuenta te ves llena de responsabilidades, obligaciones y vivencias de todo tipo; pero que tienen mucho que ver con el sentido práctico de la existencia.
El dinero, la posición social, el deseo de reconocimiento, el acomodo a las circunstancias, van dando de lado a las ilusiones y lo tenga que ver con el mundo emocional.
Dejamos el “ser” para instalarnos en el "estar"
El mundo actual se ha concebido, esencialmente, para esta etapa.
El consumismo es el motor de todo; es un engranaje en el que la vida se convierte en una especie de carrusel, del que no nos podemos bajar.
Se corre el riesgo de que el trabajo para vivir, se convierta en un vivir para trabajar; esto en el mejor de los casos. En el peor, te quedas fuera del sistema, si no tienes trabajo.
No hay apenas tiempo para el ocio sin programación. Deseamos vacaciones, para seguir moviéndonos en una especie de éxodo enloquecido.
Nos vamos agotando y se empieza a soñar con la jubilación.
Aplazamos las cuestiones que nos gustarían realizar, dejándolas para cuando ésta llegue.
Sin darnos cuenta, nos encontramos en la última etapa y nos llega el chispazo de lucidez.
Comprendes dónde está lo verdaderamente importante: la salud y el amor y el bien que das y recibes.
Simplificas y disfrutas de las pequeñas grandes cosas, alternándolas con los achaques o los contratiempos, que van sobreviviendo.
En la aceptación de esta realidad, está el aprendizaje, la serenidad y la felicidad.
Hago relación de algunas de las emociones que nos acompañan a lo largo de nuestra vida:
Inseguridad
Vergüenza
Compasión
Amor
Odio
Decepción
Frustración
Envidia
Tristeza
Ira
Aburrimiento
Nostalgia
Soledad
Orgullo
Placer
Alegría
Felicidad
Serenidad
Aceptación
Gratitud.
Faltan bastantes más, pero creo que serán suficientes para reconocerlas como experimentadas y comprender que el mundo emocional es muy importante.
Necesitamos aprender a gestionarlo desde niños, para vivir en plenitud.
Jorge Manrique, en Las coplas a la muerte de su padre, lo resume de forma poética:
"Nuestras vidas son los ríos, que van a dar a la mar ..."