Por Isabel Castañeda
Ésta debería ser la razón de una vida plena. Pero la bondad se considera, más que nada, un síntoma de debilidad y se utiliza la palabra buenismo, como algo reprobable.
La verdad se ha devaluado, porque cada cual se cree en su posesión más absoluta, sin contrastar, ni dar opción a otras consideraciones.
La belleza es un escaparate deslumbrante, donde no se busca por sí misma, sino que tiene un fin crematístico.
Todo se vende a precios desorbitados, para dar una imagen de poder a quienes poseen muchas riquezas.
Responde a una especie de espejismo de felicidad.
Todo es excesivo: luces, brillos, sonidos, objetos sorprendentes y efímeros, que mantienen el interés el tiempo necesario, hasta que surge algo más novedoso.
La verdadera belleza se ha domesticado, perdiendo su encanto y su razón de ser, para estar al servicio de los seres humanos, en detrimento de plantas y especies animales.
Se busca, no el equilibrio natural, sino la explotación sin límites, para enriquecer a los que más tienen.
Todo se adultera y el resultado es que, lo que se ha ganado en cantidad, se ha perdido en calidad.
La fruta es vistosa; pero ni huele ni sabe como corresponde.
La carne está hormonada.
El pescado está contaminado por los plásticos.
Incluso las flores, cultivadas sin delicadeza, en cantidades enormes, acaban por ser sólo un escaparate colorido; pero sin olor, ni estética.
Detrás de lo que se ofrece como bello, hay fealdad.
El oro, las piedras preciosas, los móviles, la ropa, el calzado, las obras faraónicas, exigen la explotación de seres humanos, que pertenecen a las clases más desfavorecidas, para contribuir a la vanidad y la demostración de poder de los que más tienen.
Muchos de los problemas del mundo provienen de la falsa escala de valores, pero esto no es nuevo. El ser humano, desde tiempos inmemoriales, ha buscado el medio de imponerse a los demás.
Lo que se ha considerado riqueza ha ido evolucionando. Se le ha dado valor a lo que está al alcance de unos pocos privilegiados, que manejan los hilos del poder.
A pesar de esto, hay que mantener la utopía de que, en algún momento, vendrá el “Despertar de las Conciencias”.