Por Isabel Castañeda
El tema de la felicidad es una constante en medios de comunicación, libros de tema literario o de autoayuda, conferencias, charlas, artículos, etc.
Hay una obsesión por encontrar la piedra filosofal que nos dé la clave para una vida feliz.
Todos aspiramos a ella. Existen mil recetas que, más que ayudar, desconciertan.
Se ponen como modelo a quienes tienen dinero, éxito o poder; pero la mirada se dirige a la dirección equivocada.
Este tipo de personas, ofrecen una imagen falsa, de escaparate. En el fondo, sufren otro tipo de carencias, porque no existe la vida perfecta.
Mirarse y mirar a los demás con amor, es la puerta que se abre a una vida más placentera.
Mirarse con amor es cuidarse física y mentalmente.
Alimentarse bien, ejercicio y descanso en el plano físico, en el psicológico, trabajar las emociones positivas y negativas.
Éstas son las más difíciles de gestionar, porque no las aceptamos y tratamos de esconderlas o evitarlas.
Cuando se tiene una emoción negativa, hay que dejarla entrar, normalizarla, pero no hay que recrearse en ella.
Algunos ejemplos:
-No rumiar el sentido de culpa.
-No a la vergüenza.
-No castigarse por un error cometido.
-No al miedo.
-No decir "sí", cuando lo que deseas es decir "no", a costa de tu salud.
Diciendo no, estoy diciendo sí a otras muchas cosas positivas.
Son saludables los cambios de hábitos; pero no es suficiente iniciarlos; es necesario mantenerlos.
(Sirvan de ejemplo los propósitos de comienzo de año)
Es necesario encontrar un porqué para hacer las cosas.
Debemos definir cómo queremos estar, vernos como lo que queremos ser.
Es una manera de llegar al inconsciente.
Puede servir de estímulo visualizarse en la situación que se anhela, pero sabiendo que se requiere poner en marcha todos los recursos, con gran esfuerzo.
Mirar a los demás con amor es ver lo que nos une.
La clave es el encuentro, las relaciones.
Es fundamental la empatía, el reconocer el derecho a la dignidad personal, querer de manera incondicional.
Si hubiera amor hacia una misma y los demás, no habría conflictos, ni guerras.
Parece que decir estas cosas no es razonable, ni tener sentido de la realidad.
Hemos aceptado que el mal, la injusticia, el sufrimiento, el dominio de unos sobre otros, el egoísmo y la prepotencia, es el estado natural de las cosas.
Esto es un error. Los humanos tenemos un gran potencial natural para hacer cosas extraordinarias.
De hecho, las estamos haciendo, pero los que mueven los hilos del poder ponen dificultades, sembrando el miedo y el enfrentamiento de unos contra otros.
Todos somos necesarios, pero nadie es imprescindible.
Ningún ser humano tiene cualidades divinas.