Por Isabel Castañeda
Desde pequeños recibimos una educación basada en certezas, que los que nos preceden elaboran como verdades absolutas.
Todo está parcelado, los conocimientos se fragmentan y cada especialista da forma a su pensamiento, partiendo de su idea parcial.
El Universo es inconmensurable y nosotros vivimos en el planeta Tierra, que es una pequeña partícula de él.
Si los seres humanos fuéramos conscientes de la imposibilidad de poner medida a tanta grandeza, nos daríamos cuenta de nuestra insignificancia, dentro de este gran conjunto.
Por otra parte, como todo lo que conforma nuestro mundo, somos una maravilla de la Naturaleza.
El ser humano es como el engranaje de un reloj, cada pieza en su sitio, fundamental para que la maquinaria funcione bien.
Esto en un plano físico, pero tenemos dentro un mundo emocional, que tiene que acompasarse al primero.
A su vez, necesitamos tener una buena conexión con la mente, dentro de un cerebro complejísimo y todavía por explorar en muchos aspectos.
Todo el conjunto tiene que ser concebido de manera holística: cuerpo, mente y emociones, forman un extraordinario microcosmos, reflejo del macrocosmos universal.
Podemos analizarlo, hasta donde seamos capaces, desde una parte al Todo o desde el Todo a una parte.
Estas consideraciones son previas al análisis del momento social que nos ha tocado vivir.
Si la educación parte de un planteamiento erróneo, el comportamiento de las personas será errático.
Cada cual actúa según ha determinado su nacimiento y sus circunstancias.
Partimos de costumbres y creencias que nos vienen dadas. Algunas personas las mantienen sin apenas variaciones y otras, más inquietas o curiosas, tratan de buscar distintas formas de estar en la vida.
Este peregrinar debería servirnos, al menos, para darnos cuenta de que todo es cambiante, que la vida es movimiento.
Si somos conscientes de ello, dejaremos de aferrarnos a lo que no puede ser permanente ni duradero.
Las personas y las cosas están con nosotros el tiempo necesario y, cuando han cumplido su misión, nos dejan.
Lo que el Sistema Oficial de Enseñanza no nos aclara, tendremos que aprenderlo en la Universidad de la Vida.
Cada persona asimila una infinitésima parcela del saber, pero quizá lo que más cuesta comprender es, que “la inteligencia es la habilidad para adaptarse al cambio”.
Este aprendizaje nos hará ver que “nosotros tenemos que adaptarnos a la vida” y que no podemos pretender que “la vida se adapte a nosotros”.
Es así como actúa la sociedad, o ¿necesita un cambio de paradigma?