Por Isabel Castañeda
Cada vez ponemos el foco de atención en conseguir el escalafón más alto en la posesión de bienes materiales y descuidamos las pequeñas cosas, que requieren una atención especial: un ratito de charla en buena compañía, un trato afectuoso y la amabilidad, que son la terapia de base que todos necesitamos.
Se hace evidente en la forma en que nos relacionamos y en el lenguaje que empleamos, cuando lo hacemos.
En la actualidad, se utiliza un lenguaje directo, bronco, sin matices, sin implicación emocional y, en muchos casos, con palabras gruesas, que actúan como dardos.
En "El Libro de Buen Amor" del Arcipreste de Hita, se resume en una frase: "Por una frasecilla se pierde un gran amor, por pequeña pelea nace un fuerte rencor, el buen hablar siempre hace de lo bueno lo mejor".
La tradición literaria nos ofrece un lenguaje para el disfrute del oído y del corazón.
Actualmente, hemos caído en el olvido de estas formas y lo hemos adaptado a la sociedad de confrontación y polarización que padecemos.
El lenguaje es belicista, incluso para hablar de cosas cotidianas.
Se habla de que " El amor se conquista", "Lucha por la vida", "Vencer al adversario”, "Batalla cultural", "Discusión perdida o ganada", etc.
De manera menos directa, se camufla la intención belicista, utilizando palabras higienizadas; pero que tienen un fondo peligroso: "Limpieza étnica", "Seguridad" (que requiere pérdida de libertades), "Libertad" (la mía, no la tuya)", "Pacificación (utilizando medios represivos), "Cáncer (ideas del adversario), "Extirpar” (destruirlas).
En otro aspecto: "La enfermedad (como invasión), "La quimioterapia"(guerra química).
La frase dirigida a los enfermos "Tienes que luchar", pone toda responsabilidad en el enfermo; pero el éxito del tratamiento depende, sobre todo de:
Las palabras conforman y modulan la realidad.
La forma de expresión importa, porque contagia emociones.
Las palabras, las metáforas, la cultura, definen nuestras realidades.
Los líderes políticos hacen un uso torticero para adecuarlas a sus intereses.
Hannah Arendt diagnostica en su obra "Los orígenes del totalitarismo": "En la era del imperialismo, los hombres de negocios se convierten en políticos y fueron aclamados como hombres de Estado, mientras que a los hombres de Estado sólo se les tomaba en serio si hablaban el lenguaje de los empresarios con éxito.
La preocupación primaria de ganar dinero había desarrollado una serie de normas de conducta, expresadas en diversos proverbios: "El poderoso tiene razón" o "Lo justo es lo útil", que proceden de la experiencia de una sociedad de competidores ".
Últimamente, se utilizan términos a los que se han desprovisto de su significado original:
Aunque es un error depositar nuestro futuro en sus manos, a algunas personas les fascina el poder sin pudor.
Es necesario defender los valores democráticos y a las personas que ejercen cargos públicos con honestidad (que las hay) y denostar a quienes sólo buscan su propio beneficio.