Por Isabel Castañeda
La vida es de por sí una escuela de aprendizaje. Pero no todos coinciden en los mismos cursos, ni es la misma en las distintas épocas.
No es lo mismo hablar ahora de este tipo de Universidad, que en la época de postguerra.
En este momento, no había un plan de futuro definido.
Las dificultades económicas, políticas y sociales eran enormes y las clases sociales determinaban a qué tipo de futuro se enfrentaban.
En la clase alta, no había duda de que sería muy favorable, contaban con dinero e influencias.
En la clase media, bastante minoritaria, se iba buscando algún resquicio por donde entrar, en colocaciones de meritorio en algún comercio, en un despacho de abogados, de botones en algún banco, etc., pero empezando desde abajo.
En la clase trabajadora, la inmensa mayoría, la escalera social era prácticamente imposible.
Las personas más vulnerables o más débiles, eran carne de cañón para la explotación.
Quienes tenían una inteligencia natural, aprendían desde muy pronto, cómo era el sistema y le buscaban las vueltas, aprovechando los resquicios que dejaba.
Estudiar se consideraba, entonces, que podía ser la salida, pero era una minoría la que se daba cuenta.
Un buen porcentaje de las personas más inquietas, entraban en los colegios gratuitos de monjas y frailes para cursar bachillerato, casi con el compromiso de dedicarse a la iglesia.
Alguno lo hacía, pero la mayoría lo utilizaba como trampolín.
El comercio, la industria, en realidad el tejido más importante del país, estaba formado por los trabajadores más abnegados, más fuertes y con más iniciativa.
Eran las personas que, prácticamente de la nada, contribuyeron al despegue económico, primero y después político y social
Lo que les movía era que contaban como proyecto de vida, salir adelante.
Tenían un porqué luchar. Todo estaba por hacer, empezando por sus propias vidas y siguiendo por el país, que estaba en los cimientos con respecto a otros países europeos.
La emigración trajo divisas y nuevas formas de ver el mundo.
Había una ilusión de mejora en todos los aspectos y una esperanza de cambio.
Cuando hay motivación, se acaba encontrando el cómo llegar a la meta.
Esta generación ha sido el auténtico motor de la salida del estancamiento.
Su Universidad no ha sido reglada, ni ha tenido un plan de estudios, pero su paso por ella, ha forjado personas de una pieza: luchadoras, con sentido del deber, responsabilidad, sin horarios de trabajo y con valores sólidos, que han transmitido a las siguientes generaciones, que han disfrutado y disfrutan de lo que ellos lograron.
¡Lástima que no se les reconozca todo lo que ellos se merecen!