Por Isabel Castañeda
Estamos rodeados y fascinados por la tecnología.
Los multimillonarios dueños de las grandes compañías, se han enriquecido introduciendo en la sociedad sus productos, conscientes de que, una vez creada la adicción, su campo de acción no tiene límites.
En pocos años, las tabletas y los móviles se han convertido en una especie de apéndices de nuestro cuerpo.
Las personas caminan ajenas a lo que les rodea, inmersas en los contenidos de las pantallas y, sin darse cuenta, su cuerpo va cambiando; el cuello deja de ser erguido para ir curvándose, al llevar la mirada siempre hacia abajo.
Los oftalmólogos pronostican que el 50% de los jóvenes serán adultos miopes.
El sedentarismo se impone y sube el índice de personas con sobrepeso; lo que favorece la aparición de desajustes físicos y, como consecuencia, también los mentales.
Damos nuestros datos, de manera inconsciente; para acceder a los contenidos, aceptamos las condiciones que nos imponen y pulsamos la palabra "aceptar", sin saber qué.
Ha desaparecido la privacidad; nuestra vida se ofrece en bandeja a quienes sacan beneficio de la información.
No somos conscientes de que la información es poder y dinero para los que nos manejan.
Hay piratas que buscan influir en la calidad democrática; sus medios son los bulos, las mentiras y las manipulaciones, para crear una sociedad sin criterio.
Han invertido la escala de valores: la tecnología es más importante que la ética; con lo que todo vale para conseguir los fines.
La ciencia debe estar para resolver problemas de la sociedad, en armonía con la Naturaleza.
Un ejemplo que puede ser ilustrativo: una sociedad saludable, debe tener un espacio natural mayor que el artificial para su desarrollo.
En Europa, sólo el 20 % es espacio natural; el 80% está constituido por lo urbanístico.
Un toque de atención es necesario, para que seamos conscientes de hacia dónde queremos caminar