Por Isabel Castañeda
Nunca pensé que vería un espectáculo como la toma de posesión de Trump.
Se sale de cualquier guion de la mejor época de Hollywood.
Según Trump, su propósito es devolver a EEUU a su antiguo dorado esplendor.
A mí, más que una película, me ha parecido un cómic.
Cada momento del acto se concentra en una viñeta que, a pesar del colorido, sugiere el desarrollo en blanco y negro.
Comienza con la puesta en escena del protagonista absoluto, rodeado de su familia y acólitos.
Nunca se había concentrado tanto poder y dinero en tan poco espacio.
Son los magnates de las tecnologías más avanzadas, que compiten por hacer del planeta el mayor parque temático, donde desarrollar todo tipo de videojuegos.
La ambición va más allá y sueñan con poner la bandera norteamericana en Marte, en un alarde de patriotismo insuperable.
Todos se sienten señalados por el dedo de Dios, en una misión tan noble como cerrar las fronteras, para que los desafortunados de la tierra tengan difícil pisar su suelo sagrado.
El emperador, con gesto desafiante, enumera algunas de sus brillantes ideas: anexionarse Groenlandia y Panamá, en un afán expansionista, sin límites, subir aranceles a todos los productos de fuera, salirse de la Organización Mundial de la Salud y del Tratado de París, no atenerse a ninguno, sino hacer una política exterior errática, que tendrá al mundo sin saber a qué atenerse.
Otra viñeta muy interesante es el momento de la despedida del matrimonio Biden por el matrimonio Trump, con el helicóptero parado al fondo, como el pájaro que se llevará el pasado, para dar paso a lo nuevo.
Es una imagen estática, protocolaria y sin ningún gesto de calidez humana.
Se trata del último empujón a quien ha sido el freno, durante cuatro años, que Trump piensa que le han robado.
De las viñetas de conjunto, yo destacaría dos figuras, que admiten un análisis interesante: la esposa Melania y el hijo pequeño. Éste es un niño grande, para el que la figura del padre puede ser un peso insoportable. Su expresión es impenetrable, no hay ni un atisbo de sonrisa, es una estatua que puede evocar la continuidad del trumpismo.
Melania es el símbolo de la mujer sin rostro. Su figura es la imagen de la despersonalización femenina. Es un figurín impecable y elegante, coronado por un sombrero que oculta su mirada y deja ver sólo la boca, para la inevitable sonrisa desprovista de emoción.
Parece ser que no ha habido ningún momento de la jornada en que Melania se lo haya quitado. Es chocante, cuanto menos, verla en la comida tocada con él, con lo que no se presta a ningún tipo de acercamiento.
Da la impresión de que ha puesto esta barrera con esa intención.
La viñeta del estadio es inclasificable. Una mesa, en solitario, en el centro, ocupando todo el espacio, donde él es el único jugador del partido, firmando sin parar todo tipo de disposiciones, que serán determinantes en la vida de millones de personas.
Este es el contenido del cómic. En el exterior queda el mundo, esperando que el emperador reparta suertes, conteniendo el aliento por estar entre los afortunados.