Por Isabel Castañeda
En tiempos de bonanza es relativamente fácil mantener un nivel aceptable de convivencia.
Estábamos instalados en una vida amable, a la que creíamos controlar: techo, comida, trabajo y, posiblemente, un colchoncito económico.
La verdadera cara se manifiesta cuando cambia el viento y nos arrastra sin rumbo.
Todos somos conscientes del momento en el que nos encontramos: los cimientos son inseguros; lo que nos coloca ante nuestra vulnerabilidad y el miedo se apodera de nosotros.
No hemos aprendido recursos para enfrentarnos a la adversidad.
Todos hemos sufrido, a lo largo de nuestra vida, golpes duros; pero cada cual ha gestionado estos malos momentos con más o menos fortaleza y sentido común.
Es curioso que, para facilitar nuestro aprendizaje, tenemos un Abecedario o un Diccionario; pero no creemos necesario un Emocionario, para conocer las emociones, tipos y características.
Las experimentamos todas, pero nos cuesta identificarlas. A lo más que llegamos es a dividirlas en positivas y negativas; muchas veces, de manera errónea, porque tienen matices.
Hay que reflexionar sobre ellas, para ver la importancia del contexto en el que se producen y la valoración que podemos hacer.
Por ejemplo, el miedo es necesario para afrontar un peligro; pero si este no existe, puede ser limitante, incluso convertirse en patológico.
La tristeza, la decepción, la irritación, nos plantean un análisis para aclarar su alcance.
Son necesarias para el aprendizaje emocional.
Todas nos acompañan y, según las gestionemos, iremos afrontando la vida y sus problemas, con mayor o menor acierto.
Es labor personal intentar conocer nuestra mejor parte, pero, sobre todo, la peor: la sombra.
La sombra es lo más difícil de aceptar; pero hay que identificarla, porque en ella está el desequilibrio de nuestro comportamiento, que puede afectar negativamente a nuestra relación con los demás.
La sombra es nuestra parte más oscura, la que ocultamos, porque somos conscientes de que no nos favorece; incluso, nos negamos a reconocerla.
Sin embargo, es necesario trabajarla para intentar ser personas más auténticas.
En este desequilibrio está el problema de la convivencia.
El proceso de aprendizaje es a largo plazo, a corto, la amabilidad, el respeto a los demás, la educación y las buenas formas, irán mejorando el camino.