Tras la conducta de cada uno, depende el destino de todos

Por Isabel Castañeda

Se atribuye la frase a Alejandro Magno, pero se puede aplicar a cualquier época y, en concreto, al momento actual.

Si miramos en nuestro interior, estamos contaminados por un consumismo que nos ha robado la esencia.

Buscamos la felicidad en la posesión de cosas.

Nos valoramos por lo que tenemos y creemos que, quienes no funcionan así, son pobres.

Pobre es el que necesita sin medida.

Cada día vendemos tiempo por bienes materiales, damos lo más valioso que tenemos, sin darnos cuenta de que somos finitos y no nos llevaremos nada.

No se trata de hacer apología de la pobreza, sino de la sobriedad.

La economía tiene que crecer y nos inventamos una montaña de necesidades superfluas, que pagamos con nuestro tiempo de vida.

No solo perdemos la vida, sino también la libertad.

A los poderosos no les importa nuestra felicidad. Ellos defienden sus intereses.

A nivel social, estamos asistiendo a la política del espectáculo. La llegada de Trump a la Casa Blanca ha desequilibrado el mundo.

Cada día nos ofrece una avalancha de medidas, que evidencian su deseo de expansión. Busca una subordinación de la UE en lo político y en lo económico.

Europa y lo que representa, le molesta y la castiga con elevados aranceles.

La excluye de las negociaciones sobre Ucrania y se erige en único interlocutor con Putin, para dar la solución que le conviene.

Con este panorama de consumo desaforado en nuestra sociedad y el desequilibrio del nuevo orden mundial, necesitamos, más que nunca, ser conscientes de que de la conducta de cada uno depende el destino de todos.

Debemos despertar a comportamientos más razonables, revisando nuestra escala de valores, poniendo a las personas por encima de intereses egoístas y a la Naturaleza como nuestra casa común a la que tenemos que cuidar.

Todo lo demás es confusión, ruido, desequilibrio y locura