Por Isabel Castañeda
Si se sabe ver, el problema de la desigualdad entre hombres y mujeres, tiene un camino por recorrer.
Aunque hubo notables avances en el reconocimiento de los derechos de las mujeres, en la participación en el espacio público, todavía hay mucho que avanzar.
Es notorio que las mujeres tienen dificultades con la conciliación y el reparto de las cargas familiares.
En la pareja de edad intermedia, cuando se complican las cosas: personas mayores e hijos pequeños que cuidar y no digamos, cuando son adolescentes, son demandadas por arriba y por abajo (las mujeres bocadillo).
Esto conlleva un horario en el que falta tiempo para cubrir todas las obligaciones.
Se intenta cumplir a costa de la salud.
Las mujeres que trabajan fuera y dentro de casa, terminan, como mínimo, con agotamiento psicológico que, al final, derivará en alguna dolencia física.
Para poder llevar la carga, las mujeres son quienes más fármacos consumen.
Por otro lado, no se terminan de erradicar costumbres inaceptables.
La violencia verbal, física y sexual que se ejerce contra las mujeres en algunas relaciones de pareja, contradice la naturaleza de la unión sana entre las personas.
Se da desigualdad, también, en el acceso a puestos de trabajo y en la continuidad en ellos, porque, a veces, algunas mujeres tienen que hacer un paréntesis para dedicarse al cuidado familiar.
Esta discontinuidad repercutirá, también, en la futura pensión, que será menor.
Todavía quedan huellas de los excesos de las culturas patriarcales, donde la mujer se considera de segunda clase, incluso costumbres inhumanas como la grave mutilación genital o los matrimonios forzosos.
Que se califique a la violencia de género como un asunto de mujeres, es parte del problema. Da a un sector de hombres la excusa perfecta para no prestar atención.
La igualdad es estar al mismo nivel en derechos y obligaciones, sencillamente.