Por Isabel Castañeda
El otro día tuve la oportunidad de escuchar a una prestigiosa investigadora de la Salud, que puso el dedo en la llaga de un problema mal enfocado y mal resuelto.
Debemos saber que, cuando se trabaja sobre las enfermedades y la manera de combatirlas, la referencia que se busca es la masculina.
Los estudios toman como modelo del que partir, el cuerpo del hombre y los fármacos que se elaboran para combatir sus enfermedades, están adaptados a sus necesidades y medidas; así como las pautas que se siguen para su administración.
De hecho, las investigaciones se hacen sobre ratas macho.
Esta investigadora, forma parte de quienes trabajan para que la salud tenga más en cuenta la especificidad del cuerpo femenino.
Un ejemplo muy evidente es que, la muerte por enfermedades cardiovasculares, es mucho más elevada entre las mujeres.
Se parte del patrón de síntomas masculinos: dolor en el pecho o en el brazo, que hacen fácil el diagnóstico y la atención rápida.
En las mujeres, la sintomatología es más difusa: molestias estomacales y cansancio; con lo que no se acude al médico con la debida rapidez y, cuando se hace, no suele haber remedio.
En los trastornos femeninos, se enmascaran muchas cosas y se diagnóstica peor, partiendo de errores, que se arrastran desde siempre.
El cansancio y la apatía, que llevan a la ansiedad o la depresión, no alertan para ir más al fondo del problema.
Las mujeres tienen en la sociedad un mayor peso de responsabilidades.
Un número elevado, ocupa puestos de trabajo precarios y peor remunerados.
Y descansa sobre sus hombros, en mayor proporción, la atención a la familia y la casa.
Mientras esta vara de medir no cambie y no se tenga en cuenta la estructura femenina para la investigación, ni se repartan las cargas sociales con equidad, habrá una sociedad con un 50% de ciudadanos de primera y otro 50% de segunda.