Dejo ir los recuerdos de mi vida,
que yacen como hojas muertas en los caminos de mi existencia.
Dejo ir a las personas que ya no están a mi lado,
desaparecieron como pálidas nubes de verano
y ahora se mezclan con la humanidad completa.
Mi alma se siente un poco más liviana
cuando dejo ir.
Dejo ir mis deseos,
que germinan como habas humedecidas
y crecen rápido como semillas de alfalfa,
asfixiando mi mente
con pensamientos recién nacidos
que se enredan con más deseos.
Como enseñó el Maestro Buda,
los deseos causan nuevas vidas.
Intentaré vivir con menos deseos
y ser consciente de ellos.
Poseer, poseer, ¿cuántas más cosas quiero?
El espacio me aprisiona y no puedo moverme.
El avadhuta que conocí en Badrinath,
aquel que vivía en una choza de piedra,
que se cubría con tan solo un bahague,
dormía en una tabla
y mantenía su calor con pranayama,
aquel cuyo espíritu se eleva cálidamente pese al frío.
Alma hermosa, su espíritu brilla como las cumbres
del esplendor espiritual,
sin posesiones materiales.
“Poco a poco, deja ir el ego”,
dice el doctor Jayadeva, que siempre viste ropa blanca;
a la mañana, en el mediodía y al ponerse el sol, él siempre va de blanco.
Sin necesidades, sin codicias, sin posesiones
él da ejemplo con su sencillez
y aprendemos a dejar ir,
el deseo eterno
del “mí” y “mío”.
Y en el Monte Kailash veo al Señor Shiva,
quien pese a estar rodeado de montículos de nieve
tan solo viste un taparrabos.
Su espíritu se eleva en profundas meditaciones;
ha entregado su cuerpo mortal
y su espíritu se encumbra en multiuniversos,
viviendo la gloria del alma,
dejando ir todas las ataduras de la materia.
¿Podemos hacerlo nosotros?
Harold Sequeira
Maestro de Yoga en The Yoga Institute de Bombay (India)
Traducción del inglés y adaptación: Juan Felipe Molina