Crisis

Son las 02:17 del Sábado, 27 de Abril del 2024.
Crisis
Esta crisis es un monstruo voraz cuya insaciable necesidad de carne humana resulta aterradora. Los excluidos, los parados, los jóvenes, los jubilados, los enfermos y la clase media fueron, por este orden, los primeros en ser devorados por el estómago impasible de esta sobrecogedora creación humana que se halla fuera de control. Su apetito aumenta con cada bocado y su olfato apunta con infalible precisión hacia el rastro de la siguiente víctima, pues una vez probado el sabor, nada frena su gula. No hay presa que escape a las fauces de esta crisis, y si ella ha puesto los ojos sobre ti, date por muerto.
 
Entre tanto, financieros codiciosos y especuladores sin alma, parapetados tras la maquinación de unos mercados diabólicamente autoregulados, se frotan las manos y salivan con fruición al contemplar el espectáculo global de un mundo que se rinde a sus pies. Parece no existir poder político ni inteligencia humana capaz de enfrentarse a esta criatura pavorosa cuyo ansía desmedida de riqueza ha ido fulminando, uno tras otro, todos los intentos por encadenarla y someterla al servicio del sentido común. Si es verdadera la creencia del antiguo griego según la cual los dioses, antes de acabar con un hombre, le hacían perder la razón, entonces esta crisis va saliendo victoriosa de cada batalla, pues no se vislumbra el fulgor de una espada clavada en la piedra o la lucidez de un espíritu valiente al timón que despeje con decisión el horizonte, poniendo proa a la esperanza hasta devolver la bestia al infierno. Todo cuanto se hace con mecánica estupidez es aplicar con esmero una ortodoxia dictada por el manual del buen avariento, alimentar el fuego con más oxígeno, abrir las ventanas para que por ellas se arrojen al vacío los desesperados, pisar con fuerza el cuello de los débiles y ofrecer a generaciones enteras como sacrificio barato en una enorme pira cuya humareda nos quema las entrañas y resulta ya nauseabunda.
 
No importará cuántos millones se regalen a los poderosos de la Tierra, ni cuántas empresas se asfixien o cuántos trabajadores pierdan su empleo, ni si el capitán de la nave lanzará la señal de socorro y los salvavidas nos llevarán sanos y salvos a la otra orilla. El dinero sacado sin piedad de nuestros bolsillos únicamente ha cambiado su forma, no la sustancia, pues su destino, una vez esfumado el espejismo del estado del bienestar, no era otro sino el de llenar las arcas de las legiones de nuevos ricos y colmar hasta la desmesura las fortunas de los plutócratas de rancia estirpe, amasadas con tu esfuerzo y el mío. El dinero, como la energía, no se crea ni se destruye, sólo cambia de manos en un chalaneo procaz y globalizado convertido en ritual mediático a cuya consumación, en los altares de los distritos financieros de oriente y occidente, asistimos atónitos los no invitados a la cena de los opulentos. Ese dinero que una vez fue tuyo o te prometieron ganar con el sudor de tu frente alimenta hoy las palmeras de los paraísos fiscales y se mece plácidamente al vaivén de las olas sobre yates de ensueño, junto a playas privadas y mansiones fastuosas. Con un poco de suerte contemplarás los frutos de este maná dorado en las páginas de las revistas o en la pantalla de tu televisor, pero nunca podrás saciar la sed con ese agua que una vez pasó por tus manos encallecidas y se te escurrió entre los dedos.
 
Al cobijo de esta crisis nos han hecho creer, de nuevo, que el ser humano y este bendito planeta que lo ampara no son el eje central de cualquier iniciativa, que es lícito e inevitable convertir territorios enteros en profusos eriales sobre los que pasarán años hasta volver a contemplar el destello de una brizna de hierba. Y en esos páramos desolados, antes de ser encerrada a la espera de una nueva ocasión, esta crisis aullará al fin satisfecha tras haber cumplido su siniestro propósito. Los que estén allí entonces para escuchar su bramido triunfante serán los amos que la soltaron de su mazmorra y los supervivientes, muchos de ellos convertidos en esclavos que agradecerán a la bestia el haberles perdonado la vida.
Juan Felipe Molina Fernández