La “orientalización” del consumo

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Son las 07:24 del Viernes, 26 de Abril del 2024.
La “orientalización” del consumo

Quien suscribe llegó al mundo en medio de lo que se vino a denominar  “baby boom español”. Nací a principios de los años 60 del siglo pasado. Pertenezco pues a una generación que vio morir la dictadura franquista, vivió con ilusión y esperanza la transición hacia un régimen democrático y soporta con resignación una situación actual que dista bastante de lo que soñó.

Concretamente, quisiera centrarme en un aspecto que me ha llamado poderosamente la atención en estos últimos años: la evolución del mercado y especialmente, del consumo de individuos y familias. Y, en consecuencia, de cómo eso ha afectado a nuestro sistema socioeconómico.

Desde principios del presente siglo (aproximadamente), las tendencias del mercado han cambiado sustancialmente. Y con ellas las circunstancias productivas, laborales y salariales de millones de personas (y no precisamente a mejor).

Sufrimos la invasión de millones de artículos de ínfima calidad producidos en el sudeste asiático distribuidos a precios irrisorios, que vinieron a chocar frontalmente con nuestra forma tradicional de fabricar. De un lado, fabricación casi artesana y elaboración con materias primas tradicionales. De otro utilización de materiales de escaso valor y condiciones laborales casi esclavistas.

En un principio, todos los mirábamos con recelo y con un cierto aire de superioridad este “desembarco”. Pero el tiempo nos ha demostrado lo equivocados que estábamos. Llegaron para quedarse, para acaparar el mercado, acabar con los productores nacionales y con el comercio tradicional.

Esta “avalancha amarilla” (sin intención de ofender), ha provocado varios efectos sobre el consumidor final:

-          Un evidente cambio de tendencia en el consumo minorista: se compran productos baratos, aún a sabiendas de que son de escasa calidad y que no nos darán el mismo resultado. Sacrificamos categoría y gastamos menos dinero, en aras de una mayor rotación de artículos.

-          Caída en picado del establecimiento tradicional, sustituido por aquellos otros que distribuyen estos productos, que se han convertido en el nuevo imán que atrae al consumidor.

Pero todo ello, ha supuesto un fuerte terremoto en las estructuras de fabricantes y distribuidores, que han terminado por “orientalizarse” también.  Veamos:

-          Los fabricantes “nacionales” (con frecuencia con estructuras de carácter prácticamente familiar y artesanal) no han podido competir con el producto oriental. La manufacturación que utilizaba materiales de calidad medio/alta, ha saltado por los aires con la llegada de los nuevos artículos.

-          El mercado laboral ha sufrido, como consecuencia de todo lo anterior, una auténtica revolución. La mayoría de los fabricantes nacionales o han cerrado o se han visto obligados a reducir significativamente condiciones y salarios. Algunos incluso, han trasladado sus centros de producción a países con mano de obra más barata. Con evidentes consecuencias negativas para nuestro tejido socio/laboral.

Así pues, cuando hablamos de crisis económica, posiblemente hemos de levantar la vista y mirar más allá. Lo que vivimos no es solo una crisis más (con las que periódicamente nos castiga el sistema capitalista). Asistimos a un cambio de hábitos y de tendencias, a un punto de inflexión que, lenta e inexorablemente, socava los cimientos de nuestro sistema productivo, comercial, económico e incluso laboral.

En buena medida es lo que se conoce como “globalización de los mercados”. Podrían haber sido los países en vías de desarrollo, los que hubiesen intentado adaptar sus sistemas productivos elevando su control de calidad y mejorando las condiciones de sus trabajadores. Pero no ha sido así, sino más bien al contrario. Hemos sido los países “supuestamente desarrollados”, los que (para competir con ellos) hemos permitido la degeneración de nuestro sistema productivo. Degradando nuestra industria y precarizando la situación de nuestros trabajadores.

En definitiva, hemos dejado de lado nuestro ancestral saber hacer para enfangarnos en una guerra comercial sin normas y sin cuartel. Una pelea que, de habernos mantenido en nuestro sitio, quizás podríamos haber ganado. Pero que perdemos día a día por habernos tirado al “lodazal” y dejado engatusar por quien ha sabido llevarnos hábilmente del ronzal a su terreno.

Pepito Grillo