Morir, tremenda cosa

Son las 08:41 del Lunes, 29 de Abril del 2024.
Morir, tremenda cosa
Dice el refrán: "El sueño y la muerte, próximos parientes". ¿No habrá entonces mejor lugar para esquivar a la muerte que la ciudad que nunca duerme? Conocemos Nueva York por los cuatro costados y a todas horas aun sin haber estado allí nunca. Quien más y quien menos, por poner tan sólo unos ejemplos, ha visto publicidad ideada por Don Draper, Peggy Olson y el resto del equipo de Mad Men desde el mismísimo corazón de Manhattan; ha querido comprar una joya en Tiffany, se ha sentado alguna vez frente el televisor para entretenerse con Friends mientras se reunían en Central Park o Blue Bloods patrullaban la ciudad. También se han dado a conocer las inquietudes sentimentales y sexuales de los neoyorquinos a través de la columnista Carrie Bradshaw, el día a día de su orquesta sinfónica a través de Mozart in the jungle, la vida de míticos superhéroes como Spiderman o las hazañas de un rey venido de Zamunda que decidió trasladarse a Queens con el objetivo de encontrar una princesa. En otras ocasiones, la realidad ha superado con creces la ficción y hemos sido testigos en riguroso directo de cómo se atentaba contra uno de los principales símbolos de la ciudad llevándose tras de sí la vida de miles de personas aquel fatídico 11 de septiembre de 2001. La ciudad también ha sido testigo de grandes obras pictóricas y artistas como Andy Warhol  o Roy Lichtenstein. Musicalmente, Nueva York también se ha colado en la memoria popular a través de canciones interpretadas por voces míticas como Frank Sinatra, The pet shop boys o Alicia Keys. 
En esta ocasión vengo a hablaros de dos personajes que encontraron en Nueva York el escenario perfecto para disfrutar de sus pasiones y que comparten algo más que el privilegio de haber vivido en la gran ciudad: Disfrutar de la música hasta la muerte, literalmente.
Leonard Warren fue un barítono neoyorkino de ascendencia judía. Nació en 1911 en el Bronx, donde entró a formar parte del coro de la Radio City Music Hall.  Desarrolló su carrera en el "Metropolitan Opera" y formó parte de la primera retrasmisión por televisión desde el teatro en 1948 interpretando "Otello" de Verdi. 
En marzo de 1960, Leonard Warren falleció en el escenario durante la interpretación de "La forza del Destino". Tras finalizar su tercer acto, que comienza con el aria "Morir, tremenda cosa", el tenor enmudeció y cayó de bruces. 
 
 

 

Sally Lippman, por su parte, no se dedicó profesionalmente a la música, pero encontró en ella y en el ocio nocturno una vía de escape de su realidad a una avanzada edad.  Sally fue una abogada nacida en 1900 que tras llevar, como dirían los ancianos, una vida santa y ejemplar se quedó viuda y decidió enfundarse sus más modernas galas y acudir todas las noches a la mítica sala de baile "Studio 54" para bailar con personajes como Trumman Capotte o Dustin Hoffman, haciendo gala siempre de su libertad. Cuenta la leyenda que falleció e 1982 en la pista de baile de "Studio 54" y que antes de desplomarse dio instrucciones de que no parara la música. Cómo no podía ser de otra manera, pidió en repetidas ocasiones que en su funeral sonara música disco, petición que fue ignorada durante su despedida. 
A continuación, os dejo una pequeña entrevista de Sally y Bill Boggs con un pequeño fragmento de baile al final donde se puede ver la gran vitalidad y pasión por bailar que tenía. 
 
 
 

 

En 2016, Fangoria, el grupo formado por Alaska y Nacho Canut, le dedicó una canción a Sally Lippman llamada "Disco Sally", título que hace referencia al apodo por el que los asiduos a la mítica sala neoyorkina la conocían. 

 

Tristemente, hasta la ciudad que nunca duerme tiene que decir adiós a personajes que han sabido vivir y disfrutar de la música hasta sus últimos momentos. Citando los últimos versos del homenaje de Olvido y Nacho a Sally Lippman, "no hay excepción, ni condición. Incluso la ironía tuvo que acabar. Alguien contó que en Nueva York Disco Sally ha dejado de bailar..."

Marcelino Mora González