Otro Enero que pasó...

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Son las 16:34 del Jueves, 5 de Diciembre del 2024.
Otro Enero que pasó...

 

Por Antonio Carmona

Todavía oí ayer a alguien deseando un Feliz Año Nuevo a otro alguien. Pero enero ya pasó para todos nosotros, aunque solo sea para confirmar este bucle redundante en el que nos hallamos inmersos, que siempre es igual, aunque nunca ocurra exactamente lo mismo.

Reconozco (¿con pesar?) que todos los días cliqueo la sección “recuerdos” de esta red social para comprobar qué estaba haciendo ese mismo día hace x años. Se nos olvida. El olvido debe ser un mecanismo de defensa, de supervivencia, diría yo. A ver quién recuerda, recién comenzado febrero, con los almendros y las mimosas, de forma disparatada, en plena explosión floral, no sólo lo que sucedió otros eneros allende los lustros, sino durante este recién espirado primer mes de 2024 que nunca más volveremos a vivir. Otro enero en el que nos ha dado tiempo a cumplir años, a ver películas que ya habíamos visto. Nos ha dado tiempo a agotar el rollo de papel de cocina, las últimas peladillas y la paciencia. Ha llovido un montón (bueno, quizá no lo suficiente) desde aquel “mucha ideología, pero pocas tías” del siglo pasado, cantado por Moris hasta el día de hoy, cuando casi hemos revertido los parámetros.

El que acaba de hacer mutis, ha sido un enero tan peculiar como cualquier otro, cargado de efemérides asiduas y ramplonas. Se presentó con una “lengua de frío ártico” y nos abandonó con una inesperada y no deseada primavera. Las mascarillas intentaron una vez más formar parte de nuestro atuendo. Los niños volvieron a llorar su vuelta al colegio y los pellets se desparramaron por nuestras costas. Los pingüinos motorizados volvieron a Valladolid y la reina danesa Margarita II (arqueóloga) abdicó en favor de su hijo que no recuerdo cómo se llama. Y vuelta la burra al trigo y san Antón a sus animales benditos (tampoco le parece mal ahora al Papa que se bendigan los matrimonios gays, aunque un obispo alicantino, más papista que el Papa, se ha puesto de uñas). Y vuelta a las guerras que se atascan, guerras de desgaste, las llaman, que por ahora eludimos parapetados en nuestras casas. Por ahora. Mientras el Tribunal de la Haya exige lo que todos sabemos que no puede exigir: que esto pare, que pare la hambruna, la guerra del pan y demás desaguisados. Mientras occidente bota el mayor crucero vacacional de la historia para 10.000 pasajeros y 365 metros de eslora. El más grande hasta que boten otro mayor que seguramente estará en proyecto. La Amnistía se seca en el Parlamento y los pantanos, en Cataluña. Violencia vicaria en Barcelona, mañanitas de niebla y tardes de paseo. Lo propio, vamos.

Nos ha dado tiempo, durante estos 31 días a soñar despiertos y dormidos con ciudades que parecen laberintos, con caminatas por sendas que se adentran en el mar y padres difuntos que se nos presentan cargados de reproches. Hemos deambulado por otras tierras a lomos de libros firmados por Manuel Moyano (la coartada del diablo), Pedro Ugarte (Las cosas de este mundo), Eloy M. Cebrián (La chica del Columpio), Alejandro López Andrada (Un jilguero en el ático) y Luis Mateo Díez (Celama). De este modo jugamos a dar rienda suelta a nuestras turbaciones y sentimientos. Y así seguimos, seguiremos jugando en este bucle que guarda un final sin spoiler para cada uno de nosotros, en esta curva helicoidal en la que en ocasiones incluso acertamos a atisbar destellos de una realidad entre tinieblas