Por Antonio Carmona Márquez
La Gaceta de Madrid comenzó su andadura en 1697. Era una publicación oficial y periódica que hacía las veces de lo que hoy conocemos como Boletín Oficial del Estado. El 7 de mayo de 1924 vio la luz el “Núm. 128” con la Real Orden en la que se incluyen como “Monumentos arquitectónico-artísticos, las siguientes cuevas y abrigos con pinturas o grabados rupestres”, Peña Escrita y La Batanera, ambas en Fuencaliente (Ciudad Real). Dicha Real Orden está fechada el 25 de abril del mismo año, motivo por el que ahora se cumple el centenario de esta insigne declaración, concedida a nuestros yacimientos pictóricos, dos de los mejores y más representativos de arte esquemático en el Arco Mediterráneo.
Durante aquel mes de abril, bajo el reinado de Alfonso XIII, se otorgó idéntico reconocimiento nada menos que a la Cueva de Altamira en Santillana del Mar (Cantabria) o a la Cueva de los Letreros en Vélez Blanco (Almería), entre otras. En cuanto a Peña Escrita y La Batanera, ambas ostentan además el privilegio de albergar las primeras pinturas rupestres documentadas de la historia, al ser descubiertas y prolijamente descritas en 1783 (hace casi dos siglos y medio) por don Fernando José López de Cárdenas, conocido como “el Cura de Montoro”, aunque entonces él las considerara fenicias o cartaginenses en un informe titulado “Láminas de los jeroglíficos de gentiles estampados en piedra viva en la sierra de Fuencaliente”(1783), alentado por el erudito Conde de Floridablanca. Sin embargo, estos hallazgos no tendrían apenas difusión hasta que casi un siglo después Manuel de Góngora publicara “Antigüedades Prehistóricas de Andalucía (1868)”, en las que se hace eco y cataloga ya como prehistóricas las figuras esquemáticas de Peña Escrita y La Batanera.
Estos enclaves tan relevantes fueron por supuesto visitados y estudiados en 1912 por el abate francés Henri Breuil, apodado el “Papa de la Prehistoria”. Tras prospectar Aldeaquemada y los frisos del desfiladero de Despeñaperros en Jaén, se trasladó a Fuencaliente donde contó con la inestimable ayuda de Tomás Pareja Luna y su hijo Faustino, ambos vecinos del pueblo e incansables exploradores y prospectores. El también eminente prehistoriador alemán Hugo Obermaier le acompañó en estas primeras incursiones, así como el arqueólogo español Juan Cabré durante una segunda prospección en 1913. Habría que esperar a 1933 para ver publicado el inestimable fruto de su incesante y metódica investigación por toda la Península Ibérica en su gran Corpus, “Les peintures rupestres schématiques de la Péninsule Ibérique”, dividido en cuatro volúmenes, de los cuales el tercero está dedicado a Sierra Morena e incluye, claro está, a Peña Escrita y La Batanera (pág. 81-89).
Pasaron muchas décadas hasta que en los años ochenta del pasado siglo alguien se atrevió a asumir la responsabilidad de recoger el testigo de Breuil. Si bien el segundo apellido de Alfonso Caballero Klink pudiera tener ciertas resonancias germanas, su arraigo a esta tierra se podría comparar con la de las pinturas esquemáticas a las que se ha dedicado con verdadera pasión durante tantos años de su vida. Leyó su Tesis Doctoral sobre “La Pintura Rupestre Esquemática de la vertiente septentrional de Sierra Morena” (La Batanera y Peña Escrita, pág. 194-212. Volumen de láminas: planos desde 74 a 83) en el Departamento de Prehistoria y Arqueología de la Universidad Autónoma de Madrid, el día 30 de junio de 1983, ante un tribunal compuesto por personalidades como Gratiniano Nieto (Director de dicha tesis y autor del prólogo), Pilar Acosta (uno de los máximos exponentes de la historiografía prehistórica nacional), Francisco Jordá, etc. Obtuvo, por unanimidad, la nota de Sobresaliente cum laude (“con honores o elogios”, para los que no estén versados en latinajos). Alfonso jamás olvida mencionar la valiosa ayuda prestada por el vecino de Fuencaliente, Francisco Limón, para explorar y prospectar una región montañosa, donde consiguió con creces actualizar, ensanchar y mejorar un universo esquemático que en su día germinó de la sabia mano del abate Breuil.
En aquellos años se encontró Alfonso con una provincia, la de Ciudad Real, en la que todo estaba por hacer en cuanto a Patrimonio Histórico y así, como doctor en Historia del Arte, como profesor de universidad, como gestor de patrimonio cultural, como director de dos museos, como jefe de servicios de arqueología y, actualmente, como presidente del Instituto de Estudios Manchegos, nunca ha cejado en el empeño de poner en valor y acreditar todo aquello que forma parte de nuestro pasado, sobre lo que nos deberíamos sentir orgullosos y que es esencial para entender nuestro presente. En ocasiones, bregando contra molinos de viento, cuyas aspas parecen a veces estar impelidas por la incomprensión, dejadez y torpe gestión de las propias instituciones.
Peña Escrita y La Batanera así como otros yacimientos pictóricos de la zona están a día de hoy reconocidos y los que cuentan con protección son de obligada visita para estudiosos, aficionados y curiosos. Para ello es necesario que la Administración sea conscientes de su importancia y se implique hasta las trancas en su mantenimiento y difusión. Algunos ayuntamientos se han dado cuenta de su importancia incluso estratégica también en lo que respecta a ámbitos turísticos y económicos. En noviembre de 2018 se inauguró en la calle Mayor, 41 de Fuencaliente un Centro de Interpretación que sin duda redundará en un mayor número de visitas. También el Parque Natural del Valle de Alcudia y Sierra Madrona (un maravilloso Parque que tampoco parece estar respaldado por las instituciones) ha habilitado y señalizado diversas rutas entre las que se encuentra la número 11 “Entrepinturas” (2.3 Km.), que une Peña Escrita con La Batanera en un área natural y paisajística de primer orden. Esperemos que al menos la celebración de este centenario sirva de acicate para mejorar las condiciones y visibilidad de este increíble legado. Aún nos queda mucho por hacer.