Quería escribir unas palabras ocurrentes referidas a la surgencia de vida sobre la acera de una diminuta aldea, sobre la tapia de una casa abandonada, ataviada de musgo, de… ¿a quién quiero engañar?... ni siquiera sé los nombres de plantas que descuellan su derecho a existir, su inquebrantable instinto ante la soberanía de la pétrea verticalidad, su tendencia a inspirar estrofas que se mofan de mi ignorancia, su silencio reivindicativo de grandes momentos que a nadie importa.
Quería escribir unas palabras para introducirlas en un buscador inteligente de imágenes sorprendentes, que la IA trae de aquí y de allá con el afán de ilustrar. Y resulta que la imagen sorprendente estaba delante de mi casa, estaba aquí, ajena a las búsquedas y a la gente. Y, claro, ahora se te queda esa sensación tan feliz de lo que de verdad es y fue siempre, de que aún está todo por decir y nadie ni nada lo va a hacer por ti.