Capí­tulo 3. La sangre

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Son las 09:52 del Martes, 19 de Marzo del 2024.
Capí­tulo 3. La sangre

Establecida estaba mi tierra para vosotros, lo teníais todo, ríos, bosques, caza, tierras fértiles… Pero llegaron los invasores.

Un día, como hoy, uno como otro cualquiera, las hordas cartaginesas entraron en la península desde el sur, desde las tierras del paso más estrecho al que el mar se somete en el mundo conocido… Y entraron con el único objetivo de hacerse dueños de las riquezas que yo os tenía preparadas para vosotros. Y viendo como venían, arrancando los ojos a los generales enemigos, en vuestros pueblos vecinos, crucificando a sus caudillos, decidisteis abrir las puertas de las preciadas minas. Y yo agradezco esa decisión. Prefiero a mis hijos pobres, harapientos y sin nada, antes que muertos.

Al final la cosa no fue a tanto, pudisteis vivir con dignidad. La plata oretana era suficiente para cubrir las exigencias cartaginesas. Todo iba bien hasta que Roma decidió luchar contra Cartago por la península, y, cómo  no, por la plata. La península se vio inmersa en luchas en las que los pueblos iberos se encontraban entre ambos bandos… vosotros, mis hijos, también. Oretanos que decidían apoyar a Cartago en ocasiones… y a Roma en otras. Pueblos que luchaban y vendían su sangre al mejor postor, no solo por dinero ,sino por seguridad, al mejor postor en seguridad…

Yo, como madre del pueblo oretano, tuve la desgracia, la mala suerte, de que la lucha final entre Roma y Cartago, la lucha definitiva, se diese en mis tierras… Baécula. Yo vi vuestra sangre, yo me vi empapada de vuestra sangre…  es lo peor que una madre puede sentir.

 

No puedo seguir escribiendo ahora… disculpadme, por favor, no puedo seguir.

Miguel Ángel Márquez