Cuando nuestro cerebro detecta este peligro pone en funcionamiento toda la maquinaria corporal para defenderse, empieza a generar cortisol, adrenalina, nuestro corazón late más deprisa, se distribuye la sangre a nuestras extremidades para prepararnos para luchar o escapar de ese peligro. El problema es cuando esta sensación de ansiedad deja de ser adaptativa porque nuestro cerebro detecta peligros que no son reales, son falsos peligros y normalmente están en nuestra mente, se llaman pensamientos. Es entonces cuando empezamos a experimentar sensaciones desagradables y se nos hace difícil tener una vida serena y tranquila e incluso podemos desarrollar un trastorno de ansiedad.
Realmente los síntomas se pueden confundir con otras afecciones. Podemos tener sensación de nerviosismo, sentirnos agitados ante la creencia de un peligro inminente. Nuestro ritmo cardíaco aumenta, se acelera nuestra respiración, podemos incluso hiperventilar, se puede sudar, temblores, problemas para conciliar o mantener el sueño, tener la sensación de tener un nudo en la garganta, problemas gastrointestinales, dolores de espalda etc. E incluso acudimos a los servicios de urgencias porque pensamos que estamos sufriendo un infarto o incluso que nos estamos muriendo. Ojo, descartar cualquier problema físico es lo primero de todo.
Existen terapias eficaces que pueden ayudar a la mayoría de las personas que padecen ansiedad. La que más eficacia ha demostrado son las técnicas cognitivo –conductuales, respaldadas por numerosas investigaciones. Esta terapia enseña diferentes formas de pensar, comportarse y reaccionar ante diferentes situaciones para ayudar a sentirse menos ansioso o preocupado.
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