Reflexiones pandémicas IV: Amnesia Institucional

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Son las 03:47 del Martes, 19 de Marzo del 2024.
Reflexiones pandémicas IV: Amnesia Institucional

Hace algunos días el diario El País publicó, sin rubor alguno, un reportaje en el que la vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo, nos daba lecciones de disciplina cívica con ese “gracejo desaborío” que la caracteriza. Como en una lección del antiguo FEN (Formación al Espíritu Nacional) mi subconsciente me llevó a los estertores del franquismo más tardío que, aunque aparentemente sobrepasado, el virus más coronado se ha encargado de reactivar en nuestras memorias.

 

Este reportaje, de la más rancia propaganda política, escenifica un capítulo más del lavado de imagen que el Gobierno de España está desarrollando sobre los principales valedores de la gestión de una de las mayores hecatombes sanitarias de los últimos tiempos. El gobierno, con la connivencia de algunos medios de comunicación, intenta escamotear la indudable responsabilidad que tiene en esta crisis por negligencia y/o por incompetencia así como inocular la amnesia “de borrón y cuenta nueva” entre la población.

 

Desde que se sabe portador, que no responsable, de los errores más descomunales de esta crisis, el gobierno no ha parado de instaurar la unanimidad en la lucha y de facto la amnesia entre la población a través de la surrealista guerra que el tecnócrata Emmanuel Macron declaró al virus coronado. Nada se sabe de la otra, la guerra también declarada, donde la gente desconfinada sobrevive librada a su maldita suerte. Pero esa es otra guerra, la de Siria ¡Perdón me equivoqué de escenario!

 

La Sra Calvo, como un bombero-pirómano más, aparece entre cientos de informes apilados esperando a que alguien los lea. Silenciosos y perplejos ante un destino más que incierto. Quizás entre aquellos estaban escondidos los que venían de China o de Italia o los que el gobierno del expresidente Zapatero realizó tras la gripe aviar, conminando al sistema público de salud a reforzarse ante aquella pandemia que felizmente se quedó en susto.

 

Quizás, con este escrito, le esté aguando la fiesta al patriotismo más sincero que conozco entre mis amigos o dando aliento al patrioterismo soez y casposo de los últimos defensores de la “libertad con ira”. Me da igual que me da lo mismo. A estas alturas y por la supervivencia de la democracia construida no podemos renunciar al pensamiento crítico de las cosas que pasan en nuestra sociedad por mucha lucha global en la que nos hayan implicado.

 

En diciembre de 2019 la China conoce una serie de casos de neumonía provocada por un virus hasta ahora desconocido. El 30 de enero la OMS emitió una alerta de emergencia internacional por el coronavirus, incluyendo a todos los países de la UE. Ese mismo día, el ministro Fernando Illa anuncia a la población que, sin minimizar nada, España está preparada para hacer frente a las situaciones que se puedan presentar. Sin embargo, la OMS y la Unión Europea en un informe fechado el 3 de febrero, instan a algunos países entre ellos España a hacer acopio de material sanitario frente ante el desabastecimiento que se pudiese presentar en caso de una pandemia garantizando, no solo la protección de la población sino también la de los trabajadores sanitarios. Fernando Simón secunda fielmente a su ministro prediciendo que España podría tener a lo sumo algún caso aislado. El 12 de febrero, el Sr. Simón nos dice que en España no hay casos ni riesgo de que los haya haciendo hincapié en que lleva años preparándose ante una eventual epidemia de estas características. 3 meses y medio después, España contabiliza casi 236.000 infectados y 29.000 muertos.

 

Lo único cierto es que no había máscaras suficientes para proteger ni a la población ni a los sanitarios; tampoco respiradores ni camas de cuidados intensivos suficientes para asumir la avalancha que se anunciaba, ni tiempo para rectificar o reprogramar la nefasta gestión de la autoproclamada mejor sanidad del mundo. En definitiva, la resulta de recortes, privatización de servicios y precarización de las condiciones de trabajo de los, eso sí, mejores sanitarios del mundo nos estaba pasando factura.

 

El gobierno español, desbordado por sus carencias y ante la inoperancia política y sanitaria de la Unión Europea, ha tomado medidas de confinamiento total de la población. Estas, fueron adoptadas solo parcialmente en los países que tuvieron mejores cifras globales y que además se sitúan en una posición de privilegio frente a la crisis económica que se nos anuncia también como inevitable.

 

Carmen Calvo, había explicado que la latitud habría podido influir en la incidencia del coronavirus. “Nueva York, Pekín, Madrid y Teherán están casi en línea recta. Son grandes ciudades donde se han dado un problema del demonio”. También adelantó que “podría tener que ver con determinadas temperaturas, que no son ni muy frías ni muy cálidas”. Nada comparable con las declaraciones de la cuarta vicepresidenta Teresa Ribera quien, en una entrevista a El país, señalaba que el éxito de Portugal en la lucha contra la pandemia podía deberse a que el coronavirus “venia del este” y este país estaba un poco más al oeste”.

¡A mí no me hace ninguna gracia, señoras vicepresidentas!

 

Creo que solo el afán de no quedar relegada del protagonismo político de la desescalada ha empujado a la Sra Calvo a tomar riesgos innecesarios en la gestión de esta crisis. Ya saben lo que dice el refrán: “que se hable de mi aunque sea mal” Pero en definitiva, con sus actos, cada cual es juez de su propio destino. Finalmente la Sra. Calvo, haciendo uso de la autoridad política y seguramente moral que piensa que tiene sentenció: “En la desescalada se pueden cometer errores muy traumáticos” ¿A quién se estaría refiriendo?

                     

Es Cierto, los grandes traumas pueden producir amnesia pero, tarde o temprano, la memoria se encarga de devolverlos a la consciencia colectiva. En ese momento, la actitud institucional de fondo amnésico en la gestión de esta crisis se puede transformar en un gran boomerang ¿Sabremos gestionar, entonces, sus consecuencias?

 

Parece ser que diez días de luto nacional podrían dejar zanjado el asunto. No hay sitio para el perdón porque además, tampoco lo han pedido.

Miguel Marset
Ilustración: Miguel López Alcobendas