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Son las 10:45 del Martes, 19 de Marzo del 2024.
Compañías

     La naturaleza del ser humano requiere compañía. A poco que prestemos atención, siempre estamos acompañados aun cuando no haya nadie junto a nosotros. Cuando caminamos por el campo nos acompañan el viento, el sol, la lluvia, el paisaje, los trinos de las aves, los sonidos de la naturaleza, la cadencia de nuestras propias pisadas. Cuando caminamos por la ciudad nos hacen compañía las personas que se cruzan con nosotros -las saludemos o no- los escaparates de los establecimientos y sus promesas, los ruidos de las calles. Cuando leemos tomamos posesión de la maravillosa e infinita sinfonía de palabras que atesoran los libros. Cuando vemos una película nos transmiten su vida los personajes. Cuando escuchamos música nos transportamos a otras épocas de nuestra vida, revivimos los recuerdos que forman parte de nuestra historia.

     La mejor compañía que se puede tener es uno mismo, del mismo modo que uno mismo también puede ser su peor enemigo. Por ello, es razonable pensar que fijar como objetivo esencial de la vida dejar de ser nuestro enemigo para convertirnos en nuestro  amigo es un propósito al que pocos otros pueden hacer sombra. Hacernos amigos de nosotros mismos no es tarea fácil, encontraremos muchos obstáculos que nos alejan de ello, atravesaremos etapas en las que nada desearemos más que perdernos de vista, a poco que nos analicemos se pondrá de manifiesto la cantidad de defectos que lastran nuestra voluntad de mejora. Por otro lado, ganar nuestra propia amistad, o dicho de otro modo, querernos, exige situarse en el fiel de la balanza, sin invadir el terreno que conduce al egoísmo.

     Hay una frase que Michel de Montaigne toma del poeta latino Tibulo que ilustra a la perfección la necesidad de esforzarnos para aprender a hacernos compañía: “Sé para ti mismo multitud en lugares solitarios”. Montaigne fue un escritor francés del siglo XVI, autor de la obra “Ensayos”, que se recluyó en el torreón de su castillo, tras llevar una azarosa vida, y se dedicó por completo a componer su famoso libro. En las vigas del techo de su cuarto escribió  frases que le inspiraban –como la citada- junto a diversas citas de las Escrituras, para sentir y confortarse con  la compañía que le aportaban. En la multitudinaria soledad de su torre, el escritor repasa su vida y comprueba que el principal soporte que le muestra es él mismo. A partir de ahí dedica el resto de su tiempo a explicarse a sí mismo, a considerarse como argumento y tema de su libro. Podemos imaginar que el escritor se sintió acompañado de la mejor compañía posible, lo que no quiere decir acompañado de un ser perfecto sino de aquel al que no podremos nunca apartar de nuestro lado.

     Y una vez que somos conscientes de quién se encuentra sin interrupción junto a nosotros y aceptamos de buen grado que así sea, estamos en buena disposición de granjearnos  otras compañías. Especialmente cuando la vida golpea con dureza, cuando el tiempo herrumbra sus engranajes y queda detenido, cuando el miedo se instala en nuestra cabeza y no admite ser desalojado, cuando el sufrimiento estéril (siempre lo es) nos hace bajar los brazos, cuando llega el insomnio, cuando el futuro parece disolverse en la nada. Las compañías vendrán a proporcionar una valiosa ayuda para seguir adelante. Seguir… Resistir… El poeta alemán Rilke nos  ofrece compañía al afirmar: “¿Quién habló de victoria? Resistir es lo que importa”.

     Para aquellas personas que están solas consigo misma y saben que el silencio puede ser buena compañía, hay otras muy gratificantes. Cada cual buscará las que se adapten mejor a su gusto y, al final, dará con ellas porque no se hacen de rogar, están prestas a acomodarse a todo el mundo. Por ejemplo, caminar. Aunque sea por el pasillo de casa. Cincuenta días pasillo arriba, pasillo abajo, han puesto de manifiesto que no resulta tan difícil como parecía, que nos hemos adaptado. Sabemos que personas sepultadas en zulos no hace tanto tiempo resistieron  adversidad tan espantosa gracias a su determinación de no quedarse quietas. Caminar donde sea posible y, si lo es, salir a la calle, al campo, reconquistar el contacto con el exterior, con el entorno, notar que no hemos perdido la relación con la gente y los lugares que han sido nuestros y lo siguen siendo.

     Por ejemplo, leer. La lectura nos permite entablar conversación con las mentes más privilegiadas de la humanidad  de todos los tiempos. Desde Homero y las civilizaciones más antiguas de la historia hasta las mentes que hoy mismo sacrifican su tiempo y se esfuerzan para decirnos algo, decirnos especialmente que no estamos solos en el intento de comprender el mundo y la vida, que ellos nos muestran caminos que seguramente evitarán el extravío. Séneca en sus “Epístolas morales a Lucilio” brinda un fértil itinerario del que extraemos que lo mejor del hombre, lo más específico, es la razón, que la razón perfecta se llama virtud y coincide con la honestidad. Y, junto a ello, afirma que para ser feliz hay que perder el miedo a la muerte. Dos mil años contemplan estas palabras que no han perdido vigencia.

     Por ejemplo escuchar música. La música posee infinitos atributos. Quizá uno de los más reconfortantes sea que nos pone en comunicación con las etapas anteriores de nuestra vida, con el valor que creíamos perdido de la juventud, con los sentimientos que creíamos olvidados de nuestros momentos cumbre -cuando amamos, cuando nos sentimos elevados-. La música tiene la capacidad de exaltar, consolar, rescatar lo mejor de cada uno, formar un envoltorio para alejarnos del ruido y la furia exteriores y aislarnos con nuestra acrisolada compañía.

     Por ejemplo, las películas y las series. Ver las imágenes que recrean historias y personajes dignos de guardar en la memoria como ejemplo de pautas a imitar. Cuando al final de la proyección sentimos que hubiéramos querido desempeñar el papel de los protagonistas para vivir sus experiencias, para enfrentarnos a sus retos, nos revestimos de sus valores y de algún modo nos alcanza su gloria o su satisfacción personal.

     Siempre hay compañías al alcance de la mano. No es preciso exhibir requisito alguno para que accedan a quedarse con nosotros. Así pues, confiemos en nuestra grata compañía, sea la que sea, para seguir adelante.

Eduardo Egido Sánchez