He aquí un campo minado de galanura. He aquí un campo en el que la lejanía se mide en algodones de almendro. Donde la velocidad de la luz se retiene en señal de respeto para ayudarle a renovar —que no rememorar— sus recuerdos.
Aquel mismo árbol que vivió discreto y camuflado en el paisaje, ha esperado paciente a febrero para gritar su blancura a los cuatro vientos: ¡AQUÍ ESTOY YO!... Ahí está él, silvestre. Ahí está él, domado. Ahí está él como siempre, sin el orden establecido del Jerte, con el orgullo del que se sabe superviviente de pura y dura cepa arraigada… en el Campo de Calatrava.