Costumbres

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Son las 06:10 del Jueves, 9 de Mayo del 2024.
Costumbres
Cuando los días se hacen cada vez mas cortos  la noche amplia su oscuridad, el tiempo, los colores e incluso algunos sabores nos acercan a la idea que menos presente queremos tener los humanos: la muerte, nuestro único y seguro futuro.
 
Viví mi primera experiencia con la muerte a una edad temprana, en la que no se piensa más que en vivir. Pero, esa prueba, pese a lo tremendamente traumática y dolorosa, me hizo aprender una lección que nunca he olvidado. Me enseñó a dar sentido a mi día a día, a aprender a disfrutar de lo que tengo, ya que pendemos de un hilo muy fino que no sabemos cuando se romperá.
 
Viene a mi memoria una escena de la película de nuestro oscarizado Pedro Almodóvar, Volver, donde un grupo mayoritariamente de mujeres, aunque, si nos fijamos con detalle, se puede vislumbrar algún varón, limpian afanosamente las lápidas de sus muertos, al ritmo de la música de Las Espigadoras, de la zarzuela de la Rosa del Azafrán, escena, rodada por cierto en el cementerio de Granátula  de Calatrava.
 
Son días de santos, de difuntos, de sacar brillo a las lápidas, de poner flores, de llenar los cementerios, casi olvidados el resto del año; de historias, de recuerdos de momentos vividos con los que ya nos dejaron para siempre pero viven en nuestros corazones.
 
Días de velas, de rezos, de lágrimas, pero también de buñuelos de viento, de castañas, de nueces, de huesos de santo, de gachas dulces y del primer chocolate caliente después del ardiente verano.
Mi madre, como buena gallega, recordaba siempre en estas fechas sus días de juventud, en su tierra y con sus costumbres: magostos de castañas alrededor de la lareira, cantando canciones de la zona, contando historias de miedo, asustando a niños y mayores con los encuentros con la Santa Compaña (Procesíon de ánimas del purgatorio, que algunos dicen haber encontrados por los bosques gallegos) e historias de brujas, en las que yo no creo, pero haberlas, hailas.
 
En Galicia y algunas otras zonas del norte como Cantabria, se celebra la fiesta del Magosto. Es la etapa de la recolección de uno de sus productos estrella, la castaña y la celebración, como los recuerdos de mi madre, consiste en asar castañas, beber, cantar, bailar y pasar miedo con lo que se cuenta. Por cierto, algunas de estas costumbres de días de difuntos,  han sido magistralmente fotografiadas por nuestra extraordinaria fotógrafa de Puertollano Cristina García Rodero en su España Oculta.
 
De mi propia infancia guardo recuerdos como el acompañar a familiares, todos completamente vestidos de negro al cementerio, poner en las casas velas y candiles de aceite y el sonido bastante aterrador en algunos pueblos, de la carraca de madera con la que las mujeres salían por las calles en estas fechas para pedir por las ánimas benditas. Entonces no necesitábamos disfrazarnos para sentir miedo, era suficiente con ver a esas mujeres de negro, con sus velos a la cabeza y ese sonido que te rompía el corazón. Tal vez sea por eso, que nunca me han gustado las películas de miedo, sobre todo las que hacen referencia a apariciones de espíritus.
 
Conservo también en mi memoria las meriendas con suizos, la aparición de las castañeras en las esquinas de algunas calles de mi Madrid natal, con ese olor a leña en el ambiente y a las ricas castañas asadas, con las que además de disfrutar de su sabor, nos calentábamos las manos y los puestos de flores y velas para poder ir a recordar a los difuntos.
Es curioso que ahora muchas de estas costumbres parecen pasadas de moda y no queremos saber de ellas, nos parecen anticuadas y feas.
Preferimos que todo sea Halloween, truco o trato, disfrazarnos de monstruos, de esqueletos, de catrinas mexicanas, o de cualquier personaje del horror de las películas americanas, llenos de sangre y fealdad, o de telas de araña y bichos raros. Todo esto nos parece mucho más alegre y divertido.
 
Está muy bien la globalización, el conocimiento de las costumbres y celebraciones de muertos de otros países como Estados Unidos de América o México, perfecto  que cada uno haga lo que quiera y se divierta como le parezca, pero lo que no me parece de recibo es desconocer nuestras propias costumbres, minusvalorarlas o simplemente olvidarlas para cambiarlas por otras.
Es curioso, que si leemos e investigamos un poco, descubriremos que las costumbres ancestrales de los pueblos celtas (recuerdos de mi madre), son las que los irlandeses traspasaron a Estados Unidos y ahora nos vienen de vuelta. Poner calabazas o tubérculos con velas pinchadas, pintarse la cara de negro para acercarse por los cementerios a pasar miedo en estas fechas, ya lo hacían nuestros antepasados, como modos de enfrentar el miedo a la muerte y también como una forma sencilla de disfrutar y divertirse.
 
  Creo que poner en valor lo nuestro, no tiene porque ir en contra de la modernización y de los nuevos tiempos.
Solo quién conoce y aprecia sus costumbres,  su pasado, valora su presente y aspira a un mejor futuro.
 
Lourdes Carrascosa  Bargados