Pequeño homenaje a las limpiadoras de portales

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Son las 19:23 del Miércoles, 6 de Noviembre del 2024.
Pequeño homenaje a las limpiadoras de portales
Caminaba a oscuras por las calles solitarias de Puertollano en ese día aún no amanecido  de un  caluroso final  de Septiembre.
 
Mis pasos se dirigían hacia la estación del tren. Iba con tiempo y como siempre observando. Algo llamó mi atención: un color rosa en un portal; azul en otro; verde en el siguiente; malva en la esquina y así los colores se iban repitiendo por las calles sucesivas y las luces de cada edificio ayudaban a hacer menos oscuras las aceras a esas horas.
 
No, no eran flores de bonitos colores, sino mujeres armadas con un cubo, una fregona, cepillo, recogedor, productos de limpieza y trapos, que cada mañana llenan de luz y limpieza nuestros portales.
Me puse a pensar e intenté ponerme en la piel de estas sobrevivientes.
 
Buscamos heroínas en miles de lugares y no nos damos cuenta que vienen cada mañana temprano a nuestras escaleras.
 
Imaginé sus madrugones diarios; sus soledades en esas calles frías en invierno y calurosas en las mañanas de verano; estar en  su tarea, sin hablar con nadie, al acecho del ataque de cualquiera con malas intenciones; en sus miedos, en su valentía.
Nadie realiza este trabajo por placer, todas lo hacen para ayudar a la economía de su familia y en muchos casos ellas son las únicas responsables de los ingresos de sus casas. La mayoría acude a su tarea temprano, ya que luego tiene que ocuparse de atender su casa, sus hijos y en muchos casos ancianos que tiene a su cuidado.
 
Muchas más de las que nos imaginamos, tienen historias personales muy duras, con amenazas por violencia de género, por lo que en más de una ocasión están tan indefensas en su centro de trabajo, que han sido objeto de ataques que incluso han hecho perder la vida a algunas.
Pero no pueden dejar de realizar su faena  diaria, ya que tienen que dar de comer a los suyos.
 
A veces, nosotros, seres despistados que nos cruzamos con ellas por el portal o las escaleras, no sabemos ni su nombre, mucho menos su situación, ni su historia. Nos limitamos los más educados a darle un saludo y en muchos casos ni eso, ya que para algunas personas son como seres invisibles pese a lo colorido de sus batas de trabajo.
 
Todos los trabajos honrados y bien hechos son merecedores de un reconocimiento, pero a este en especial, le doy un gran valor.
 
Muchas de estas heroínas, además de alimentar, educar y enseñar a sus hijos, han sido capaces de darles estudios y un futuro, solo  con sus manos y su esfuerzo diario.
 
Con el paso de los años, por desgracia e injusticia, se encuentran con que a pesar de haber trabajado mucho tiempo, tener sus huesos doloridos y cansadas sus espaldas, no han cotizado lo suficiente para una jubilación decente y no ven recompensa por tanta fatiga.
 
Vivimos en una sociedad donde es difícil reconocer el trabajo bien hecho, el esfuerzo y la generosidad de tantas personas que sacan adelante nuestro país con sus manos. Parece que solo damos valor a grandes ocupaciones, a trabajos con mayor reconocimientos social, pero no nos damos cuenta que sin personas que cuiden nuestras escaleras, nuestros portales, tendríamos una vida mucho peor. Y hay miles de profesiones que siguen sin ser reconocidas en su importancia como los recolectores de frutas y verduras; cocineros y cocineras en tantas cocinas ocultas a la vista en restaurantes, bares y cafeterías; los camareros y camareras que nos atienden en nuestro café mañanero o en esa cerveza de mediodía o de tarde y todas esas personas dedicadas a la limpieza y recogida de basura de nuestras calles y plazas imprescindibles para poder disfrutar de nuestras ciudades, dado el nivel de actitudes incívicas que padecemos
 
Nos estamos volviendo una sociedad muy desconsiderada y falta de principios.
 
Debemos poner en valor trabajos que parece que están minusvalorados, pero que son una fuente de ingresos importante para muchas familias.
Vaya desde estas lineas mi agradecimiento más sincero a todas esas mujeres y hombres, que también hay algunos que dedican sus amaneceres a poner en orden nuestros portales, a dejar brillantes los trozos de nuestras aceras, a fregar nuestros ascensores, dejando cada mañana un trocito de su historia personal en el hueco de nuestra escalera.
 
 
Lourdes Carrascosa Bargados