Aerostáticos y calatravos

Son las 00:49 del Sábado, 27 de Abril del 2024.
Aerostáticos y calatravos
No sabría decir cuántas veces en mi vida había pateado este corredor norte-sur, que se encuentra flanqueado por montes y castilletes, como corresponde a una zona estratégica e histórica de paso y trasiego cultural. He de admitir que jamás me hubiera imaginado a mí mismo sobrevolando el territorio: el Campo de Calatrava a vista de globo aerostático (¡nada más y nada menos!). Es cierto que a veces necesitas que alguien te dé un empujoncito para amordazar todas esas neuronas que te advierten: “pero qué necesidad tienes tú de…, que ya vas teniendo una edad, hombre… ¡Piénsatelo!” 
 
Sin pesármelo dos veces, quedé con el del empujoncito antes del amanecer, justo cuando el nuevo día despunta recortando la silueta de Salvatierra, al tiempo que inflama de luz los lienzos orientados al este del Castillo de Calatrava. En ese marco tan singular, esta suerte de artilugio llamado globo aerostático va tomando cuerpo y forma: la barquilla, los quemadores, las cuerdas de seguridad, dos ventiladores inflando el globo (que mi amigo Jesús, el piloto, y su ayudante, Óscar, llaman “vela”, en vez de globo), dándole el contorno necesario hasta que ya es posible insuflarle la llama que lo hace ascender, que nos hace a todos ascender, después de haber leído una tarjeta plastificada con las “instrucciones de seguridad para pasajeros”, como habríamos hecho antes de cualquier otro vuelo regular. Es como una especie de ceremonia que infunde seguridad. En cuanto hay un rito, un protocolo, se aplacan los miedos. Resulta que hay unas reglas a seguir basadas en experiencias pretéritas en esta peculiar “línea aérea”. Vale. ¡Todo está bajo control!
 
Una vez en el aire, se apodera de ti una maravillosa sensación de bienestar, de permanencia suspendida y estática en el cielo. Esta última impresión se desvanece en cuanto localizas la sombra que el globo proyecta sobre la superficie terrestre. La silueta del inconfundible borrón oscuro y ovalado se desplaza ágil sobre descampados, prados, sembrados, hileras de olivos, de almendros… Los castillos ya se ven lejos, allí abajo. Se adivina Puertollano y su refinería en lontananza. Mucho más cerca se divisa Calzada, Granátula, Aldea… Se aprecian detalles de las calles de Belvís y El Pardillo hacia el sur, más acá de la hoz por donde el río Ojailén, unido ya al Fresneda, escapa hacia valles vecinos. 
 
Como en cualquier otro medio de transporte, en un globo aerostático también viajas desde el punto A hasta el punto B, solo que en este caso el vector que une A con un punto B impredecible, es un vector improvisado y sinuoso, espontáneo, bregado y sudado con o contra las fuerzas eólicas, donde el trayecto, y no el destino, es lo que importa en realidad. Lo esencial es el itinerario sobre cabañas ganaderas, sobre colores calatravos en amarillo espiga, beis tierra, tierra arcilla, verde encina, y gris pedriza. El piloto propone un recorrido buscando la orientación correcta en diferentes niveles de altura, pero los flujos de la naturaleza disponen el ineludible derrotero a seguir, sin apenas dejar margen de maniobra. No se me ocurre mejor metáfora para ilustrar la vida misma.
 
El viento soplaba con suavidad aquel día. “Once kilómetros por hora a esta altura”, aseguró Jesús Cabañero, nuestro piloto. No pude evitar recordar aquella vieja canción de Paul Simon, cuando entonaba resignado aquello de “Who am I to blow against the wind?” Sí, ¿quién soy yo para soplar contra el viento?... A mil metros de altitud, al albur de una brisa mansa de componente oeste, te sientes constituido por esa dicotomía de fragilidad y poderío. Eres ese individuo quebradizo que hoy habita en una sencilla canasta de mimbre y se siente pequeño, frágil, sin rumbo. Aunque al mismo tiempo te sientes parte de esa especie animal que es capaz de diseñar globos aerostáticos, para que un simple ciudadano de a pie se imagine con alas y experimente la satisfacción de haber cumplido el tan humano como eterno sueño de volar. Más tarde, de vuelta a lo mundano con aterrizaje a cámara lenta sobre campo recién segado. Celebración bajo la sombra, que ahora se encuentra más a mano, algo de comer, brindis con cava y diploma que rememora la hazaña. Hacedme caso a mí y no a vuestras neuronas cautas. Altamente recomendable: ven@vuelaenglobo.es
 
Antonio Carmona