1. El santuario de Nuestra Señora de Angosto, en Álava, está enclavado en un bello paisaje bucólico de escasa población, rodeado de bosques, un pequeño río y algunas edificaciones. En uno de esos edificios, más de cien estudiantes del Instituto de Yoga Clásico se reunieron un fin de semana para realizar un retiro de meditación.
2. Al amanecer del sábado, con mucho frío en el exterior pero un cálido y acogedor ambiente dentro, los estudiantes se dividieron en cinco grupos en otras tantas salas. En una pequeña capilla, un veterano profesor de Yoga llamado Velázquez se sentó para comenzar la meditación Anapanasati de Buda. Eran las 7 de la mañana.
3. Yo supervisaba los diferentes grupos, que terminaron su práctica de Anapanasati al cabo de media hora. Mientras, Velázquez permanecía sentado en postura meditativa, estable como una roca.
4. En la meditación Anapanasati, el meditador, sentado en el suelo con las piernas cruzadas, la espalda, la cabeza y el cuello rectos, observa la respiración que entra y sale de su cuerpo, enfocando su atención alrededor de la punta de la nariz. No interfiere en su respiración, simplemente la observa, tal como un guarda observa las personas que entran y salen del edificio que vigila.
5. Pasaba el tiempo. Todos los estudiantes habían finalizado su meditación y ya hacían asanas y otras prácticas. Mientras, Velázquez seguía en la capilla, inmóvil. Era mediodía.
6. Los estudiantes temían que algo malo le hubiese ocurrido, de modo le hicimos salir de su estado meditativo. Tras regresar a su respiración habitual, Velázquez nos dijo que había tenido una experiencia extracorporal, y que había disfrutado de una gran felicidad y dicha. ¡Tal vez olfateó su alma!
7. Durante una situación extrema como esta pandemia, la práctica meditativa de Anapanasati puede brindar a quien la realiza una experiencia trascendental y dichosa, así como ayudarle a superar todo tipo de estrés.
Harold Sequeira, Maestro de Yoga, The Yoga Institute, Bombay.
Traducción: Juan Felipe Molina