Fue
cura de barrio atendiendo siempre a los más débiles. Eduardo Egido en la sección “En primera persona” escribió de él :
Queda anunciado que don Mariano fue, mejor dicho, es, porque ese tipo de atributo no prescribe, un cura de barrio. Anduvo de la ceca a la meca por pueblos y barriadas. Los nacidos en la barriada minera de Asdrúbal lo quieren y aún mantienen relación con él. Esa barriada fue uno de sus primeros destinos, lo mismo que la barriada Estación, de Brazatortas, cuya fotografía de 1952, cuando contaba 23 años, ilustra este artículo. Ninguna compañía le resulta más grata que la espiritual de la Virgen y la física de la gente humilde. La virtud que mejor describe su carácter es la bondad. Con la experiencia que dan los años, se aprende que el rasgo más atractivo de la personalidad del ser humano es ese precisamente, la bondad. Séneca se despide en cada una de sus epístolas a Lucilio con la frase “Consérvate bueno” dando por hecho que lo es e instándole a que se mantenga así.
Además de cura de barrio, don Mariano es escritor y reparte sus preferencias entre la historia y la poesía. En la investigación histórica ha rendido tributo a su pueblo natal: “Miguelturra. Historia y tradición” y a su pueblo de adopción: “Breve historia de Puertollano”. Ambas obras suponen una valiosa ayuda para introducirse en el conocimiento del pasado de las dos poblaciones. Ambas son ofrendas que el hijo agradecido dedica a los lugares que lo han acogido. En la vertiente poética, es autor de una nómina de títulos que desgranan versos sencillos y de una hondura religiosa que enternece la sensibilidad del lector: “Casi a flor de labio”, “Breviario íntimo”, “Antología inicial”, “Con versos a María”, “Canciones de la otra Navidad”, “Veinte poemas a la Virgen de Gracia, Señora del Santo Voto”. Como muestra, este botón en modo de villancico: “Angelitos del alba / decid requiebros / que del Oriente nos llega / el Rey del Cielo / Se hace cuna la noche / las pajas heno / y un villancico grita / Paz en el suelo / Pastorcillos del llano / venid al puerto / que ha nacido el que salva / almas y cuerpos”. Es digna de valorar la sutileza con la que el autor ubica el villancico en una ciudad dotada de llano y puerto. Las dos verdades que nos definen.
Durante un largo periodo ejerció como capellán del Hospital Santa Bárbara, un cometido que requiere una sensibilidad especial, nada menos que compartir con los enfermos momentos de dolor físico y, con frecuencia, de angustia ante la posibilidad de abandonar la vida. En semejante trance, la persona encargada de proporcionar consuelo ha de estar dotada de una empatía natural, de una capacidad absoluta para ponerse en lugar del otro. Cuántas confidencias habrá escuchado don Mariano, cuántas desesperadas peticiones de auxilio impelidas por el temor a las postrimerías. Seguro que supo trasmitir alivio con palabras similares a las de la psiquiatra Elisabeth Kübler-Ross cuando afirmaba que las personas que han estado clínicamente muertas y han vuelto a la vida aseguran haber perdido el miedo a la muerte, dicen saber que la muerte sólo es desechar un cuerpo físico, recuerdan haber tenido una profunda sensación de integridad y haberse sentido conectadas con todo y con todos. Finalmente, cuentan que nunca estuvieron solas, que alguien estaba a su lado. Algo parecido les diría él.
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